CARLOS ARRIBAS
El País.com
El tiempo pasa y, eterna, Ruth Beitia sigue arriba, saltando
mucho, casi más que nadie en el mundo. Mientras, a su alrededor desaparecen
viejas saltadoras y llegan nuevas, que no pueden sino acostumbrarse a su
presencia inmutable.
Diez años después de conseguir su primera medalla mundial,
el bronce en el campeonato en pista cubierta de Moscú, la saltadora cántabra
terminó segunda, medalla de plata, en los Mundiales de Portland. Es las 12ª
medalla internacional (Mundiales y Europeos) de Beitia, que el 1 de abril
cumplirá 37 años, el doble de los 18 que tiene la única que saltó mejor que
ella el domingo al mediodía de Portland, la norteamericana de Las Vegas Vashti
Cunningham, el prodigio que llega. Ambas, y también la tercera, la polaca
Kamila Licwinko, la campeona saliente, y la cuarta, la lituana Airine Palsyte,
saltaron la misma altura, unos 1,96m lejanos de su capacidad máxima, y fueron
los nulos los que decidieron el orden en el noveno Mundial disputado por
Beitia, la que más en la historia junto a la mozambiqueña María Mutola. Minutos
después, en un mismo podio cargado de simbolismo sobre el valor del atletismo y
el de las atletas, coincidían la saltadora de altura que más joven ganaba una
medalla de oro, pues Cunningham tiene casi dos años menos que los casi 20 de
Stefka Kostadinova, campeona del mundo en 1989, y la más veterana medallista de
plata. En 2010, Beitia también fue segunda en el Mundial indoor, derrotada por
Blanka Vlasic, y en 2014, pese a saltar dos metros se quedó de bronce empatada
a altura con la rusa Maria Kuchina y Licwinko. La prohibición rusa, sancionado
su atletismo por dopaje generalizado, impidió a Kuchina pelear en Portland.
Beitia se encontró a sí misma este invierno extraño y largo
hace dos semanas, cuando saltó 1,98m en los campeonatos de España. Con la
seguridad de saber lo que tenía que hacer, olvidadas las dudas del comienzo del
año, cuando intentó nuevas técnicas y una carrera de un paso más para ganar
velocidad, Beitia, y su “media medalla”, como le gusta llamar a su entrenador
de toda su larga vida atlética, Ramón Torralbo, llegaron a la capital de
Oregón. Más que a Cunningham, la estrella tan publicitada los últimos días en
todos los medios, Beitia temía al listón. Como su experiencia le ha enseñado,
en salto de altura no se trata tanto de lo que salten las demás, pues todas
tienen un límite conocido y similar, todas saben que las medallas se juegan y
se reparten rozando los dos metros, sino de lo que es capaz de hacer una.
Ninguna de las favoritas había llegado este invierno a dos metros. La mejor en
la lista de salida era justamente Cunningham, la hija de su entrenador y
quarterback famoso de la
NFL Steven Cunningham, que una semana antes había pedido
vacaciones anticipadas en el instituto para ganar los campeonatos de Estados
Unidos, en la misma pista de los Mundiales, con un salto de 1,99m.
Mientras Licwinko y Palsyte comenzaron con nulos tempranos,
titubeantes, Beitia saltó segura y sobrada hasta 1,93m. En 1,96m derribó por
primera vez el listón, un nulo que le costó el oro, pues Cunningham solo empezó
a fallar en 1,99m, la altura con la que nadie pudo.
En agosto, Río de Janeiro, quizás pague la deuda que el
atletismo le debe a la cántabra, quien nunca ha conseguido una medalla
olímpica. Fue esta ausencia en su historial, este hueco en su vitrina, lo que le
hizo dar marcha atrás en el invierno de 2012 a su decisión de retirarse del atletismo.
Gracias a ello, la afición ha disfrutado cuatro años más intensamente, y el
atletismo español, tan seco, ha podido sobrevivir en los medalleros. La de
Beitia, campeona de Europa dos veces al aire libre y una vez en pista cubierta,
es la única medalla española en Portland, donde solo otro español, el triplista
Pablo Torrijos (séptimo) alcanzó la condición de finalista.
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