JAVIER HERNÁNDEZ
El Mundo.es
Fue un final. Podría haber sido otro. Una celebración como
anteriores, del Nuh Linga de los Juegos de Pekín 2008 al eterno Lighting Bolt,
honor al Usain Bolt vencedor donde merecía: un Estadio Olímpico, Londres en
este caso, que fue suyo. Pero no. Se retiró de la peor de los maneras, con una
lesión en plena carrera, incapaz de alcanzar la meta, tumbado sobre el tartán
y, finalmente, llorando en su adiós, cojo, silencioso. Si en los 100 metros fueron Justin
Gatlin y Christian Coleman sus verdugos, en el relevo su propio físico enlutó
su despedida. En la última posta, la que siempre se reserva, como hacen los
grandes, tenía la misión de remontar y a los 40 metros se rompió. Un
crec sonó en los isquiotibiales de su izquierda y ya perdió el testigo, lo
perdió todo. Un desastre que aprovecharon los locales, Reino Unido, para llevarse
el oro por delante de Estados Unidos y Japón. Incluso esa victoria le
perjudicó, pues en plena celebración la afición no se acordó de rendirle toda
la gloria que merecía. Fue una pena. Aunque en realidad, poco importó. Porque
fue un final. Y eso era lo importante.
En Londres acabó la fantasía: regreso a la realidad. ¿Cómo
imaginar ahora? «A partir de ahora sólo lo totalmente imposible, lo
inexpresablemente ficticio, será creíble», escribió Red Smith sobre un home
run, un simple home run. Qué hubiera compuesto sobre Bolt. Una superioridad
imposibleLa fábula del hombre que aceleró al hombre terminó con un acto triste,
pero al fin y al cabo un acto más, si acaso un detalle. Se va con 14 medallas
en Mundiales, 22 con los ocho oros olímpicos: es decir, la infinidad.
En los
ocho años anteriores, de 2008
a 2016, el jamaicano creó un sueño en la que la
humanidad se creyó capaz de todo. Matemáticos teorizaron sobre la barrera de
los nueve segundos en los 100
metros y de los 19 segundos en los 200 metros ; todos ante
la evidencia de que Bolt se había adelantado 30, 40, 50 años a su tiempo. El
Mundial de Berlín 2009 fue el instante clave de la utopía: entonces, con la
esbeltez de sus 22 años y una zancada cósmica, registró las plusmarcas
mundiales (9.58 y 19.19 segundos) que durarán décadas. Pero su obra no se
define con aquel momento.
Es la persistencia en lo fantasioso, casi una década de
ilusiones, la que le explica. Hasta este Mundial de Londres sólo la
descalificación del relevo 4x100 de Jamaica en los Juegos de Pekín 2008 -por el
positivo de Nesta Carter- y la salida nula de los 100 metros del Mundial
de Daegu 2011 le habían negado la victoria.
Su medallero se construyó entre la
superioridad física, como en los Juegos de Pekín 2008 cuando abrió un abismo
detrás en los 200 metros ,
y la superioridad psicológica, como en el Mundial de Pekín cuando venció en el
mismo 200 a
un Justin Gatlin más rápido que él.El chico que lo prometió todoSe despidió el
hijo de Wellesley, dueño de la tienda de ultramarinos, y Jennifer. Quien da
nombre a Trelawny, Jamaica, «pueblo natal del hombre más rápido de la tierra»,
como reza el cartel de entrada. El adolescente que se proyectó jugador al
cricket. Dijo adiós el escuálido chaval que lo prometió todo como campeón del
mundo junior de los 200
metros en 2002. El extraterrestre que se obsesionó con
los 100 metros
y cumplió con aquellas promesas y muchas, muchas más. El velocista que mejor
aguantó su propio ocaso. Se retiró el último atleta que rebasó los limitados
límites mediáticos del atletismo. El icono que Puma quiere eternizar (y
enriquecer). Un futuro padre orgulloso, pues sus últimas palabras fueron: «Sé
que alguien me superará, pero espero que tarden. Quiero que mis hijos me
conozcan como el hombre más rápido del mundo». Acabó la fantasía: regreso a la
realidad. ¿Cómo imaginar ahora?
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