CARLOS TORO
El Mundo.es
Por primera vez, España sale sin medallas de un Mundial de
atletismo. El batacazo lo suavizan, aunque no lo remedian, cinco puestos de
finalista, incluido el relevo 4x400, en una nutrida expedición de 56
miembros.El atletismo español se ha apoyado tradicionalmente, en especial en el
campo masculino, en el mediofondo, el maratón y la marcha. La Triple Eme. Los
atletas destacados en otras modalidades han tenido un aire de individualidades
creativas, aunque no espontáneas. Pero el mediofondo (en particular los 1.500 metros ), el
maratón y la marcha se han significado como bloques articulados alrededor de un
estímulo hereditario y, probablemente, una predisposición genética.
La marcha fue la especialidad más temprana. El mediofondo,
la más agradecida. El maratón, la más breve. La marcha sigue siendo la más
fiel, pese a la aumentativa proliferación de países incorporados a la fiesta.
El domingo, en los 20 km .,
no aportó medallas. Pero sí uno de esos escasos finalistas (8º), un noveno, un
décimo y un decimotercer puestos. Al menos mantuvo su imagen de bloque. Pero
hubiéramos cambiado la solidez del cemento por el brillo del metal.
Suponía la penúltima esperanza de no abandonar Londres de
vacío. La última, en los 1.500, recaía en Adel Mechaal. Al hombre se le venía
encima una responsabilidad individual y otra colectiva como pocas veces hemos
contemplado. Se le suplicaba una medalla de doble valor que evitase el desastre
completo y rescatara desde los rescoldos moribundos la llama sagrada de su
viejo y querido gremio. Estuvo a punto. De haberlo logrado, habría ascendido a
la categoría de héroe salvador.De nuevo han sido demasiados los atletas que,
conseguido el objetivo del año, la mera presencia en el Campeonato y no su
máximo rendimiento estacional en él, han estado por debajo de sí mismos. Ante
la imposibilidad, por exceso de nombres y circunstancias, de analizar caso por
caso, estas líneas constituyen un juicio general a la actuación española. Y
sólo puede ser negativo.La Federación debe pensar que mandar gente a un gran
Campeonato supone la concesión de un premio merecido y la encomienda de una
exigencia obligatoria. Y el atleta debe saber que no se puede aceptar el uno
sin comprometerse a cumplir con la otra.
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