CARLOS TORO
El Mundo.es
En los 800 la vieja Europa se impuso a la viejísima África.
Ganó el francés Bosse (1:44.67) por delante del polaco Kszczot (1:44.95) y el
keniano Bett (1:45.21) en una carrera perra y apasionante. Una carrera a
dentelladas, como todas las del mediofondo y fondo de cada Campeonato o Juegos
Olímpicos. Tan alejada de la monotonía programada de los mítines, que nos hará
suspirar de nostalgia cuando éstos regresen.Pero hubo un protagonista in
absentia. La gigantesca sombra de David Rudisha sobrevoló el estadio donde el
keniano estableció en los Juegos Olímpicos de 2012 el vigente récord mundial.
Hoy hace cinco años. Rudisha, con 1:40.91, rompió la barrera del 1:41, a la que
él mismo se había acercado extremadamente un par de años antes (1:41.01 en
Rieti).Cada vez que se franquea una de esas fronteras, se suscita una
recurrente elucubración acerca de los límites humanos. Un debate escolástico e
irremediablemente estéril, porque seguimos sin saber dónde se sitúan. El mismo
al que se entregó el mundo del atletismo cuando en los siguientes Juegos
Olímpicos, los de Río, el pasado año, Wayde van Niekerk se asomó al borde del
muro de los 43 segundos en los 400 metros (43.03).Las últimas plusmarcas de
400 habían alcanzado tal categoría, que avanzaban lenta y costosamente. La de
Lee Evans en los Juegos de México'68 (43.86) resistió 20 años hasta que 'Butch'
Reynolds hizo 43.29 en Zúrich en 1988. Y ésta, a su vez, aguantó 11 hasta que
Michael Johnson, en el Mundial de Sevilla'99, le restó 11 centésimas.Y tuvieron
que transcurrir 17 para que Van Niekerk la jubilara. Bastantes años, sí,
reafirmando la intrínseca dificultad del empeño. Pero es que la recortó en 15
centésimas. Una rebaja excesiva a tales niveles. y, sobre todo, sugeridora de
mayores avances.Ayer era un buen momento para hacerlo. Para cruzar esa
frontera. La impresión que causó el sudafricano en las rondas anteriores
autorizaba la esperanza y la colocaba en el umbral del pronóstico. No se puede
correr con más elegancia y fuerza. Van Niekerk (43.98), relajándose al final,
nos regaló una carrera tan hermosa que hablar de decepción sería estúpido amén
de injusto. El muro sigue ahí. Pero tiembla.
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