CARLOS TORO
El Mundo.es
Oro para Van Niekerk en los 400 metros . Han llegado
a ponerle pegas. No estaba Makwala, argumentan. ¿Y en qué hubiera cambiado el
desenlace? Ganó con demasiada facilidad, arguyen. ¿Y desde cuándo eso es
reprochable? Esas cosas hacían gracia con Bolt y a él se lo recriminan. No
batió el récord del mundo, se quejan, como si lo hubiese jurado sobre la tumba
de sus antepasados. No porque el récord fuese posible era obligatorio. No
porque lo deseáramos, e incluso lo pronosticásemos, nos lo debía. Van Niekerk
hizo una demostración objetivamente deslumbrante en su conjunto. Un regalo para
los ojos y un homenaje a la historia y la leyenda de la prueba. Los primeros 300 metros nos
remitieron al Campeonato del País de las Maravillas. Luego, en vista de su
superioridad física y estética, y de que lo esperaban al día siguiente las
semifinales de los 200, cuya final afronta hoy, ralentizó la marcha sin
afearla. Bajó el pistón sin estafarnos. Se reservó sin traicionarse. Y,
¡caramba!, terminó en menos de 44 segundos (43.98). Esa marca, elogiable sin
ambages ni reticencias en cualquier otro atleta, valiosa en toda circunstancia,
destacable bajo cualquier punto de vista y digna de cualquier lugar del podio
en las competiciones supremas, ha parecido poco menos que una estafa. Sucesor
de Michael Johnson en la cima de los 400, también muy dotado para los 200,
aunque sin récord, y único sumo especialista de ambas pruebas que ha bajado de
los 10 segundos en los 100
metros , Van Niekerk es, por calidad, el heredero de Bolt
en la máxima meritocracia del atletismo actual. A diferencia de Usain, se le
achaca, sin embargo, falta de carisma. Es cierto, si entendemos por carisma un
cierto exhibicionismo gestual, algo infantiloide, que en el jamaicano era
celebrado porque lo respaldaba su genialidad deportiva. Pero que hubiera
resultado tontorrón en cualquier otro sin semejantes poderes. Bolt no precisaba
de tales gestos para poner al mundo patas arriba y a sus rivales boca abajo.
Pero se adornaba con esas mínimas e inofensivas excentricidades, de alegre
patente caribeña, para halagar a un público festivo y a una prensa a la que el
espectáculo puro del atletismo le parecía insuficiente para su crecimiento. Van
Niekerk tampoco los necesita, ni los reclama como complemento de un talento
supremo. Yo, desde luego, no se los pido.
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