jueves, 26 de junio de 2008

Jeremy Wariner: “Amo a este deporte y por nada del mundo me doparía”


Cuando se habla de Jeremy Wariner no hay que dejarse confundir por los tópicos. Por ejemplo, el atleta natural de Irving (Tejas) es rápido, muy rápido... Rapidísimo. Pero Wariner no es negro. Su piel es blanca como la leche. Se trata de la excepción a la regla que él mismo trata de desmitificar: “Para correr veloz, da igual ser blanco que negro...”. Su entrenador, el experimentado Clyde Hart, sostiene que los atletas de color son mejores, sencillamente, porque se sacrifican más, porque entrenan más horas que los blancos y porque aprovechan las oportunidades que se les presentan. Por nada más... No hay ningún condicionante físico que justifique su superioridad, a pesar de que, a excepción de Wariner, no hay ningún corredor blanco que haya ganado una medalla de oro en los 400 metros en unos Mundiales o en unos Juegos –a excepción de Moscú’80, a los que no acudió EE.UU como protesta por la invasión de la URSS sobre Afganistán–.

Wariner convive con la sombra de Michael Johnson adosada a su cuerpo en perfecta armonía. El ‘Expreso de Waco’ defiende el récord del mundo de la vuelta completa a la pista (43.18 en los Mundiales de Sevilla’99). M.J., que en la actualidad, es su agente y consejero ‘espiritual’, guía sus pasos. “Si no puedes derrotar a tu enemigo, alíate con él”, se dijo Wariner. En los Mundiales de Osaka del año pasado, Jeremy paró el cronómetro en 43.45, a tan sólo 27 centésimas del récord de su mentor, M.J. Nada más cruzar por línea de meta, el espigado velocista de Irving dirigió su mirada estrábica disimulada bajo las gafas que ocultan sus ojos –“...para no despistarme; para estar atento a mi calle y no distraerme con lo que ocurre alrededor”, se justifica–, a los relojes del estadio. Y maldijo entre dientes. En Los Angeles, confesó a este enviado especial: “No me obsesiono con el récord del mundo porque sé que algún día lo batiré”. Le molesta que se hable de sospechas de dopaje; de Tim Montgomery, de Justin Gatlin, de Marion Jones, o incluso de Maurice Greene... “No sé nada de todo eso. Trabajo duro para correr limpio. Cuando salgo a una pista, me represento a mí mismo, a mi familia y a mi país. No concibo el deporte de otra manera. Hago lo que debo. Soy honesto y deseo transmitir a los niños los valores que tiene el atletismo, que son muchos”, subraya. Entiende, sin embargo, que se produzca ese debate en la calle: “Mucho más, cuando te acercas a un récord del mundo.

La gente habla, y habla... Pero yo sé que detrás de mis registros hay mucho trabajo. Sigo el camino correcto y no tengo la menor duda de que Estados Unidos presentará un equipo absolutamente limpio a los Juegos de Pekín. Hacer lo contrario sería traicionar a nuestro país y a nuestra bandera y eso es algo que la sociedad no consentiría...”, matiza. “Amo a este deporte y por nada del mundo me doparía”.

Jeremy Wariner defiende dos títulos mundiales (Osaka’07) y dos oros olímpicos (Atenas’04): “Ahora tengo más confianza”, subraya. “Hace cuatro años apenas era un estudiante. Muchas cosas han cambiado desde entonces. Mentalmente soy más consistente”. De Michael Johnson opina: “Es la imagen misma del atletismo, la referencia. Y, además, es mi amigo. El me explica, me ayuda, me aconseja...”.

No le preocupan las condiciones ambientales que se encontrará en la populosa Pekín: “la contaminación, si es que la hay, será para todos por igual”. Tampoco se cuestiona la situación política de China y la libertad de expresión de los atletas: “somos deportistas que viajaremos a Pekín para competir. Esa será nuestra misión y no otra. El resto ha de quedar para los políticos”.




Quiere bajar de 43 segundos y ganar once oros olímpicos
Jeremy Wariner tiene varias pasiones, una de ellas es pasear a su perra San Bernardo ‘Heidi’, con la que suele correr. Otra, las motos. Y una tercera, los coches de lujo. Curiosos caprichos para un atleta que, de niño, soñaba con triunfar en la Super Bowl y ser una de las figuras de los Cowboys. Eso fue hasta que se cruzó por su camino Mike Nelson, que le inculcó el gusanillo del atletismo en Arlington y, después, Clyde Hart, que le convirtió en el cuatrocentista más rápido del mundo. Con 20 años, ya se proclamó campeón olímpico. Cada triunfo que consigue se lo dedica a su primo autista. Su vida es espartana. Vive por el y para el deporte y entre sus ambiciones figura la de ser el primer hombre en romper la barrera de los 43 segundos y sumar once medallas de oro olímpicas. Para ello, se ha marcado un plazo que alcanza hasta los Juegos del 2016. Su sueño imposible es correr algún día en la Indy Car. “Adoro la velocidad”.

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