miércoles, 19 de agosto de 2009
"Las mujeres somos más cabezotas"
CARLOS ARRIBAS
La adrenalina aún fluía libre y alegremente por la sangre de Marta Domínguez cuando, la del alba sería, se acostó, su primera noche como campeona mundial de los 3.000 metros obstáculos, tras celebrar su victoria hasta las tantas con su familia cenando en el Don Quijote, un restaurante español por el Ku'Dam.
La adrenalina aún fluía libre y alegremente por la sangre de Marta Domínguez cuando, la del alba sería, se acostó, su primera noche como campeona mundial de los 3.000 metros obstáculos, tras celebrar su victoria hasta las tantas con su familia cenando en el Don Quijote, un restaurante español por el Ku'Dam. "Serían las cuatro de la mañana cuando me metí en la cama", dice; "y... no, apenas pude dormir. Estoy feliz. Sobre todo, porque la gente que me quiere está feliz. Yo sólo he hecho mi trabajo". No está, sin embargo, adormilada, antes al contrario, el día siguiente a un triunfo que perseguía, esquivo, durante años. Son casi las dos de la tarde y, ante una pantalla de televisión, la palentina ve por segunda vez en el día la repetición de los poco más de nueve minutos de carrera, saltos, gritos y lágrimas, besos, que la convirtieron, la noche del lunes, en la española más admirada. Si hasta la reina Sofía, conmovida y emocionada, la telefoneó para decirle que había visto la prueba con todos sus nietos, que había vibrado, que se merecía el triunfo por todo lo que había sufrido en Pekín.
"Es que en los Juegos estuve con ella después de la carrera en que tropecé con la valla y me dio muchos ánimos", dice Marta, de 33 años, que, castellana intensa, sobria, orgullosa, sufre ataques de timidez, de pudor, cuando se habla bien de ella, cuando se le pone de ejemplo. "No necesito que me digan que soy la mejor, pero es un orgullo escucharlo", dice. "No me gustaría ser un ejemplo porque no soy perfecta, ni mucho menos, pero sí que me gustaría que de mi éxito la gente sacara que, si se tienen las ideas claras y se trabaja, se puede conseguir todo lo que se pretende", continúa. "Aunque, claro", añade para matizar, su modestia profunda en el fondo, "hay atletas que trabajan tanto como yo y no ganan. Pero es que yo, además, he tenido suerte".
Ha tenido suerte, dice una persona que en unos Juegos Olímpicos compitió enferma, que en otros no estuvo por hallarse lesionada, que a los últimos llegó con las cosas cogidas con alfileres, que ha descubierto al final de su carrera la prueba para la que la naturaleza la había diseñado, los 3.000 metros obstáculos. "Pero sí", dice, "he llegado a esta prueba, la que más se adapta a mis condiciones, a las de una niña que disfrutaba saltando charcos y troncos, en el momento perfecto. El problema fue que para Pekín quise resumir en tres meses todo un progreso de adaptación que normalmente se hace en 10 años, y, claro, no llegamos. Pero ahora, con César Pérez como técnico, hemos trabajado con más tiempo y tranquilidad. He ganado muchísima fuerza específica y movilidad. Ya ni la ría me da miedo".
La noche del 17 de agosto de 2009, suave brisa fresca en Berlín, fue, pues, el momento en el que todo cuadró. El momento mágico que se produjo después de "una decisión muy difícil", la ruptura con Mariano Díez, su entrenador de toda la vida. "Después de 24 años juntos, no fue fácil romper", dice; "pero mi éxito no es de un año. Mi éxito también se lo debo a él. Soy lo que soy también gracias a él".
Mal que le pese a Marta, sin embargo, no desde ayer, sino desde hace unos cuantos años, quizás desde su subcampeonato mundial en Edmonton 2001, su coraje, su generosidad, su pelea, su cabezonería se han puesto siempre como ejemplo de virtudes de las que la sociedad en general podría aprender bastante. Un ejemplo, también, de la lucha de la mujer por la igualdad. "Las mujeres, sí, ya estamos en igualdad de condiciones con los hombres", dice con su verbo acelerado, intenso, "pero quizás peleemos más porque somos más cabezotas, más obstinadas, y aún seguimos con ganas de demostrar que somos iguales".
O superiores. Su trayectoria, la carrera de otras atletas, Mayte Martínez, Nuria Fernández, Natalia Rodríguez, Ruth Beitia, que han tomado el poder, que constituyen el núcleo duro del atletismo español, así lo evidencia. Su vida. Una vida marcada por un sueño infantil y por los genes paternos como gran arma para alcanzarlo. "De mi padre he heredado el carácter trabajador, disciplinado, perfeccionista, obstinado", dice; "y mi sueño desde niña ha sido intentar ser la mejor del mundo. Ser campeona del mundo no te hace la mejor. Aún no he sido campeona olímpica. Me falta. Me gustaría irme del atletismo con un buen recuerdo. Me siento muy orgullosa de lo que he conseguido, pero me gustaría retirarme habiendo cumplido el sueño de todo deportista. A partir de ahora todas las decisiones que tome irán encaminadas sólo a llegar a Londres 2012 al ciento por ciento. Si quiero llegar, después de disfrutar ahora del título mundial, tengo que pensar perfectamente lo que voy a hacer".
Algunas cosas de las que precisa para competir en Londres, a los 36 años, con posibilidades ya las tiene claras, como la necesidad de tomarse un año sabático del atletismo o, más cerca aún, de irse de vacaciones ya mismo - "a la playa, a una playa española, que no me gusta viajar, y a jugar al fútbol, que me sigue encantando, con los chicos de la escuela de Venta de Baños, donde juego de chupona y sin miedo porque no se atreven a entrarme", dice-, de desconectar. "Me da miedo que la cabeza se canse antes que el cuerpo", concluye; "necesito tomarme algún tiempo de tranquilidad".
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