viernes, 21 de agosto de 2009
Próxima estación, la barrera del sonido
CARLOS ARRIBAS
Escasos ya de superlativos, cansados ya de hipérboles, Usain Bolt deja, con cada carrera, perdidos a los narradores del deporte que tratan, récord tras récord, un bucle perpetuo casi, de mantenerse a la altura de las maravillas que el genio jamaicano ofrece en la pista.
Escasos ya de superlativos, cansados ya de hipérboles, Usain Bolt deja, con cada carrera, perdidos a los narradores del deporte que tratan, récord tras récord, un bucle perpetuo casi, de mantenerse a la altura de las maravillas que el genio jamaicano ofrece en la pista. Si lo tuvieran tan fácil como el horrible oso-mascota que espera a los ganadores a la curva para achucharlos en abrazo que quiere ser cariñoso y resulta, más que asfixiante, estrambótico; o como el propio Bolt, a los 22 años -por un día, recuerden que hoy cumple 23- rey de la fórmula apropiada, tanto visual como verbal. También escénica. Y hasta del juego de números. 19,19s. Más fácil de recordar imposible. Nuevo récord del mundo de 200 metros. Aunque tampoco tiene mucho sentido incluirla en la memoria de larga duración los dos números iguales: seguramente dentro de poco, cuando el capricho o la disposición de ánimo se lo exijan este hombre sin límites volverá a batirlo. Con tanta facilidad como ayer, también.
Lo de la barrera del sonido, gráfico, sonoro, explosivo, no es suyo, pero podría serlo, podría apropiarse de ellos, sobre todo, después de lo de ayer. Después de ganar los 200 metros, la distancia tan querida a su corazón, la más amada pese a que carece del carácter absoluto del 100, la oficialmente utilizada para designar al hombre más veloz del planeta. O sea a él, a Usain Bolt, quien calcando paso a paso lo que hizo en los Juegos Olímpicos de Pekín hace un año, día por día, cuatro días después de batir por 11 centésimas el récord de los 100 metros batió el de los 200. ¿Por cuánto? También por 11 centésimas, claro, que Bolt sabe lo que hace. Y, dado que vive su momento mágico, todo se pone a su servicio para que así sea. Incluso la fortuna.
Hubo una salida nula. La protagonizó el francés Alerte -no podía apellidarse de otra manera, quizás-, quien, de paso, salvó la piel a Bolt, quien se había quedado clavado en los tacos. Mientras Alerte hizo saltar la alarma por salir con un tiempo de reacción inferior a las 100 milésimas, los demás finalistas, excepto Bolt, reaccionaron en la zona de las 150 milésimas, la habitual. Sólo Bolt se durmió: 357 milésimas. Si la salida hubiera sido válida, no se supone que por ello, por el regalo de dos décimas hubiera peligrado su victoria, pero sí, quizás, el récord planetario. El doble pistoletazo despertó de su letargo definitivamente al hiperactivo jamaicano.
Cuando llegó la salida buena, Bolt ya tenía el sistema reactivo tan hipersensible que fue el más rápido en reaccionar: 133 milésimas. Más rápido aún que en sus últimos 100 (146 milésimos, una salida nada mala para sus estándares). Con esa salida, y desde la calle cinco, la ideal por la amplitud de la curva, por el control de rivales a derecha y a izquierda (aunque esto es ridículo: sin Tyson Gay en la pista, Bolt corrió más solo que la una: como si no hubiera habido rivales anoche, calor, brisa en contra de 0,3 m/s), a los 40 metros ya había sido capaz de comer la compensación de la calle ocho, y en dos zancadas ya se había zampado la del competidor de la calle seis, el panameño Alonso Edward, lo que no es baladí, teniendo en cuenta que éste, con una recta final magnífica, terminó segundo. Lejos, claro. A 62 centésimas de Bolt. A casi 10 metros de un torbellino de amarillo con zapatillas naranjas que los últimos 50 metros no quitó la vista del cronómetro gigante situado en la meta.
Y cruzada la línea, antes de someterse a la tortura del gigante oso de peluche, Bolt siguió mirando el reloj, y tuvo hasta tiempo y reflejos, claro, de señalarlo con el brazo izquierdo. Fue su último gran gesto. El final de 80 zancadas de 2,50 metros que le llevaron un paso más adelante en la construcción de una leyenda que se antoja no tiene fin (por ahora), el único objetivo que le puede motivar. 41 zancadas gastó en los 100 metros, que corrió en la mitad de tiempo que el 200 más tres centésimas, lo que aún le queda por limar de aquí a nada.
En el día de las frases hechas, Bolt, el sabio, el chico que ha transformado en un año escaso no sólo el concepto sobre los límites del ser humano sino también la imagen, tan pesada, tan agresiva, tan estúpida a veces, de los velocistas anabólicos de hace nada, lució una camiseta en homenaje a Berlín. Tocó la fibra más sensible. Ich bin ein Berlino (soy berlinés), la frase que simboliza la esperanza en los años más duros del muro, la frase que pronunció John Kennedy desde el balcón del ayuntamiento de Berlín al lado del alcalde, Willy Brandt.
"Yo soy berlinés", proclamó ante el hermético muro animando a la población a resistir. "Yo soy berlinés", proclamó Bolt, animando al mundo a responder, quizás, "yo soy Bolt", la ilusión de que todos los sueños son posibles. De que el ser humano es dueño de su destino. Más prosaico, Michael Johnson, cuyos 19,32, 13 centésimas más, un mundo, resistieron 12 años como un tiempo galáctico en los 200 metros, ya ha pronosticado: Bolt será el primer ser humano que baje de los 19s. Muy pocos apostarán en su contra.
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