martes, 26 de agosto de 2008
Más sospechosos que positivos
El lunes 18 de agosto, Mahiedine Mekhissi-B., un atleta francés de 23 años, lograba un sorprendente segundo puesto en la final de los 3.000 metros obstáculos, prueba en la que Kenia suele copar los podios. Al día siguiente, la prensa francesa no acogía la medalla de plata con los habituales ditirambos que se dispensan a estos logros en periodo olímpico, sino con titulares del tipo: "Y éste, ¿de dónde ha salido?" o "La sospechosa medalla de Mekhissi". Dejaban traslucir una suspicacia que no sólo la componente racista, que la había -Mekhissi es de origen magrebí-, puede justificar.
Contra Mekhissi las únicas pruebas eran ser magrebí -en Francia, varios mediofondistas de origen norteafricano se han visto implicados en los últimos años en casos de dopaje- y su irrupción inesperada, con una gran marca de 8m 10,49s, en la élite mundial, suficiente para condenarlo al purgatorio. Así está el atletismo y así está el deporte mundial, en el que, tras años de escándalos y revelaciones ligadas al dopaje, lo extraordinario ha pasado a considerarse sospechoso más que maravilloso.
Y el caso de Mekhissi no ha sido el único en unos Juegos en los que ha habido más sospechosos que positivos: seis casos ha detectado el laboratorio de Pekín, la cuarta parte que en Atenas (25), en una cita en la que se ha batido el número de controles, casi 5.000, y de líneas de texto destinadas a las alabanzas a la lucha contra la lacra. "Pero tantos controles durante unos Juegos no tienen sentido", dice Juan Manuel Alonso, de la comisión médica y antidopaje de la federación internacional de atletismo (IAAF); "los únicos controles que tienen sentido son los que se hacen fuera de competición, en los entrenamientos. Ahora, muy pocos se van a arriesgar a tomar algo..."
Entre los pocos que se arriesgaron está la ciclista española Maribel Moreno, quien, sometida a un control nada más aterrizar en Pekín, sufrió una crisis de nervios, confesó que se había dopado y de inmediato voló de regreso a España. Los otros positivos importantes corresponden a la vallista griega Fani Halkia, campeona olímpica en Atenas, que fue cazada el 10 de agosto con un control sorpresa en su lugar de concentración, en Japón, y a la heptatleta ucrania Ludmila Blonska, que fue desposeída de su medalla de plata por doparse con testosterona y, al tratarse de su segundo positivo, se arriesga a ser sancionada a perpetuidad. Los demás casos fueron de menor nivel: un tirador norcoreano que tomó propanolol, un betabloqueante, para que no le temblara el pulso; una gimnasta vietnamita que se equivocó con un medicamento para sus problemas de menstruación y un levantador de pesas ucranio. En todos, sustancias clásicas, lo que ha dejado un poso de insatisfacción en los controladores, pescadores que regresan a puerto con las redes prácticamente vacías, a menos que se puedan dar por satisfechos con esos casos humanos y los cuatro equinos que destaparon: cuatro caballos que privaron a sus jinetes de la aventura olímpica en Hong-Kong tras dar positivo por un analgésico.
Antes de los Juegos se anunció, para asustar, que la hormona del crecimiento sería detectable en Pekín, donde el sistema sería tan seguro que hasta las muestras se transportarían de los lugares de recogida al laboratorio del anillo olímpico en furgones blindados como si fueran el oro del Banco de Inglaterra. Pero una de dos: o el método no es tan bueno -su umbral de detección se limita a 48 horas-, lo que es lo más probable, o los deportistas han dejado de tomar uno de los productos que más satisfacciones les procuran.
En cambio, Atenas fue pionera en la detección de las transfusiones de sangre. Así, la ingente cantidad de controles, a la altura de la ingente cantidad de personal que ha puesto China a disposición de los Juegos, sólo han servido para que algunos atletas, como Asafa Powell, dieran la imagen de quejica al recordar que había sido sometido a media docena de controles de sangre durante su estancia en la Villa Olímpica. Sin embargo, ni a él, ni a su compañero Usain Bolt ni al resto del equipo de atletismo de Jamaica, que con seis oros, tres platas y dos bronces han colocado a la isla caribeña por delante de España en el medallero, les ha servido tal catarata de análisis como prueba de la inocencia que tanto les reclama el vecino del Norte, Estados Unidos. Todos ellos, tan extraordinarios, tan alegres, seguirán siendo sospechosos para gran parte de la sociedad aunque no se demuestre su hipotética culpabilidad, aunque no caigan en las redes, tan estrechas ya y en las que el hombre-pez, Michael Phelps, tan extraordinario o más que los velocistas jamaicanos, nunca caerá porque él ya lo ha dicho: "Soy limpio".
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