martes, 22 de julio de 2008
Powell golpea primero
Después de la tortura medida en segundos, más tarde incluso del esperar semidesnudo de Usain Bolt y del cavilar desdibujado de Asafa Powell, llegaron un golpe compartido y un timbre de alarma. Powell (9,88s), el genio sin corona, venció en los 100 metros de Estocolmo a Bolt (9,89s). Una centésima separó a los dos jamaicanos. Un mundo, sin embargo, les apartó en la carrera.
Después de la tortura medida en segundos, más tarde incluso del esperar semidesnudo de Usain Bolt y del cavilar desdibujado de Asafa Powell, llegaron un golpe compartido y un timbre de alarma. Powell (9,88s), el genio sin corona, venció en los 100 metros de Estocolmo a Bolt (9,89s). Una centésima separó a los dos jamaicanos. Un mundo, sin embargo, les apartó en la carrera. Powell conquistó la salida, convertido en sereno latigazo. Bolt, el gigante de lenta reacción, le vio alejarse irremediablemente y acabó robándole centésimas a dentelladas. A 20 metros del final, Bolt dio miedo. Mostró los dientes grises en el agónico esfuerzo. Mantuvo la cadencia y la velocidad transmutado en relámpago justiciero. Y en la meta, derrotado por un centímetro pese a su final irresistible, celebró pecho contra pecho con su compatriota el triunfo de la tradición de su isla.
Para Powell, la victoria significa la reafirmación de su candidatura el oro olímpico, puesta en duda por sus lesiones y sus dudas existenciales. Para Bolt, el recordatorio de lo que todos sospechan: el hombre más rápido (9,72s) ni sabe ni quiere correr por encima de 10s. La alarma saltó hace tiempo: con el estadounidense Tyson Gay lastimado, nadie parece capaz de impedir que los dos geniales y precarios jamaicanos -uno autodestructivo y otro escoliótico- dominen los Juegos de Pekín, que arrancarán el 8 de agosto.
Antes de la carrera, Bolt se desnudó de cintura para arriba, sintió el frescor de la tarde -19 grados y 39% de humedad- y se ajustó el cordón de los calzones mientras reflexionaba sobre la cercanía de Powell, el tipo que giraba y giraba sobre sí mismo con cara de sufrimiento. La espera estuvo cargada de rituales. Bolt tomaba traguitos de agua. Powell se atizaba las piernas y se pasaba las manos por la rapada calavera. Luego se apuraron los suaves acordes de Chris Isaac por los altavoces. Se hizo el silencio. Y lo aprovechó un grito anónimo: "Break him up, Bolt!" ["¡rómpele, Bolt!"]. El chillido costó una salida nula que quizás acabó con la gran marca soñada.
La derrota no desdibuja la confirmación de Bolt como velocista fascinante. A sus 21 años, sólo ha corrido seis carreras del esprint corto. En cinco, incluida la de ayer, corrió por debajo de los 10s, el límite que decide las medallas. No es un dato menor: el chico logró el récord mundial (9,72s) abofeteando a Gay, el campeón del mundo, que perdió algo más que el orgullo intentando seguir a un velocista en cierto modo disminuido. Bolt es escoliótico sin remedio. Sufre y maldice a su espalda. Y, aun así, inocente como es, se ganó con su sola presencia en Estocolmo el cariño de la afición.
La ciudad sueca vive el atletismo como un acontecimiento de máxima importancia. Repleto desde su torre almenada hasta la pista, el estadio recibió entre palmas a John Carlos y Tommie Smith, los medallistas enguantados de los Juegos de México 1968.
Llegaron en dos descapotables los ex atletas que reivindicaron los derechos de los negros y se armó un escándalo. A ambos debió de sorprenderles tan aparatoso recibimiento. Un día antes, en un café del centro, Carlos se acercó a dos velocistas con la camisa medio abierta y varias medallas aztecas reluciendo sobre el pecho. "¡Cuánto ha cambiado todo desde la primera vez que te vi! ¡Quién iba a decir que te iba a pasar esto!", le dijo el viejo ex atleta entre abrazos al primero de sus oyentes. "Y tú", le dijo al segundo a través de su grisáceo mostacho, "mantén el trabajo duro. También lo estás haciendo muy bien". Le escucharon con respeto los dos juncos negros y, tras ello, se quedaron pensativos. Bolt miró a Powell, que ayer reclamó como suyos los Juegos -"estoy esperándolos", dijo- y le preguntó algo en patois, uno de los dialectos de su isla. La frase fue corta e indescifrable. Quizás, un aviso: puestos a discutir entre amigos, el hombre más rápido del planeta no quiere que su compatriota le robe el oro.
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