lunes, 11 de agosto de 2008
La locomotora Zatopek
Finlandia fue el paraíso que necesitaba el olimpismo para retomar su agitado vuelo al entrar en la segunda mitad del siglo XX. El COI le debía a Helsinki los Juegos de 1940. Tras Estocolmo, en 1912, otro bálsamo nórdico para curar las heridas. Todos juntos otra vez. No sólo volvieron alemanes y japoneses, sino también rusos, ahora soviéticos. Cuarenta años después de su ausencia olímpica por razones misteriosamente revolucionarias, llegaron en son de paz deportiva al país que habían invadido por última vez en 1939, pero sin dejar el tono enigmático. Se alojaron incluso aparte de la Villa. En cualquier caso, fueron bienvenidos al club de las grandes potencias como alternativa a Estados Unidos y fueron segundos en el medallero.
El deporte, fuente inagotable de hazañas, ha sido proclive a poner apodos a los héroes. Algunos, con apellidos suficientemente sonoros, ni lo han necesitado. El brasileño Emerson Fittipaldi ganó dos Mundiales de F-1 y ha sido el mote favorito para conductores avezados. Al checo Emil Zatopek, en cambio, aunque también se usara su rotundo nombre para calificar a atletas aficionados, le ha acompañado siempre algo tan impactante como la locomotora humana. Avisó en Londres, cuatro años antes, al borde ya de la treintena, con calvicie prematura, y asombró en la tierra de Paavo Nurmi y Hahnes Kolehmainen, últimos relevistas finlandeses de la antorcha homenajeados con la emocionante entrada al estadio y el encendido del pebetero.
Zatopek tenía un estilo feo, con cara desencajada, de sufrimiento infinito, pero era demoledor. Volvió a ganar los 10.000 metros, esta vez con 100 de ventaja en lugar de los 300 de Londres. En los 5.000, era cuarto a media vuelta del final, pero su ataque sí le bastó para ganar por cinco, los que le habían faltado ante el belga Gaston Reiff en 1948. El mismo día, su mujer, Dana, ganaba el lanzamiento de jabalina. Todo era oro en la familia Zatopek y aún quedaba la gloria completa. Emil nunca había corrido el maratón, pero dio un recital y lo ganó con dos minutos y medio de margen. Se erigió así en el único corredor en la historia olímpica que ha ganado todas las pruebas de fondo. En la pugna entre estadounidenses y soviéticos, y en medio de la armada finlandesa, dejó pequeño todo.
Aquel aprendiz de laboratorio en una fábrica de calzado, que se hizo militar y empezó como corredor de verdad muy tarde, ya con 20 años, fue ascendido a coronel, pero cayó en desgracia por apoyar la Primavera de Praga. De héroe nacional pasó a barrendero. Pero nunca barrió. Su carisma popular era demasiado grande y las mujeres salían de las casas para hacerlo por él. Se retractó en 1975 para sobrevivir y fue rehabilitado en parte. Ya estaba en vía muerta. Su tren se paró definitivamente en el año 2000.
Los soviéticos se empezaron a llenar de medallas en gimnasia al disputarse por primera vez los distintos aparatos. Viktor Chukarin sumó seis, cuatro de oro y dos de plata. Maria Gorokhovskaya, siete: dos y cinco. En triple salto, el brasileño Ademar Ferreira da Silva abrió la imponente tradición brasileña y batió hasta cuatro veces el récord mundial.
España logró otra plata. Esta vez no fue un militar, sino un policía, en tiro, pistola libre 50 metros. A Ángel León le salieron sus hijas artistas, Rosa, cantante, y Eva, actriz. En Helsinki estuvo también un cronista que ya jugaba a dos bandas. Juan Antonio Samaranch fue el enviado de La Prensa de Barcelona.
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