miércoles, 6 de agosto de 2008

El americano feliz


Dick Jochmus era un veterano entrenador estadounidense marginado por un oscuro caso de trampas en un campeonato universitario. Era uno de esos perdedores a los que Estados Unidos no suele ofrecer una segunda oportunidad. También era un tipo duro, y se las arregló para preparar nadadores de élite que otros desechaban con criterio morfológico. Un día, al ver que uno de sus muchachos estaba abrumado por los contratiempos, se le acercó con gesto de mastín y le cerró el paso: "Sólo hay una regla para conseguir las cosas que dan valor a tu vida: evita el pánico". No panic.

La natación de alta competición es como los deportes extremos. Somete a los hombres a la exigencia de trasladarse en solitario, y en posiciones antinaturales, a través de un medio extraño. Hay nadadores que deben aprender a controlar el terror. Algunos lo consiguen con mucho esfuerzo. Otros parecen incorporar el antídoto desde el nacimiento. Son los casos más raros. Los chicos como Michael Phelps. A sus 23 años, el nadador aspira a convertirse en el mayor conquistador de medallas en la historia de los Juegos. Sin embargo, no vive el desafío desde la agresividad. Tampoco parece sentirse especial. Ayer se pasó media hora esperando el autobús en la parada del Centro Acuático Nacional, más conocido como Cubo de Agua.

Phelps sonreía. Sus bigotes, como dos chorreras, recordaban a toda una genealogía de mitos del Oeste Americano: desde el pistolero John Wesley Harding hasta Ron El Erizo Jeremy, la vieja estrella del porno. La lentitud de los servicios públicos chinos, donde el tráfico circula pausadamente, no parecía afectarle. No le incomoda la bruma contaminada de Pekín, una de las ciudades con más dióxido de carbono en la atmósfera. "No está tan mal", dijo ayer. "No he notado ningún problema". Tampoco le inquieta que su programa le exigirá nadar una carrera tras otra. "Me da igual", insistió; "estos son unos Juegos Olímpicos. Y a mí me encanta nadar. Si hay que nadar de madrugada, nado. Si hay que hacerlo a medianoche, también. ¿Cuántas oportunidades tienes en tu vida de vivir este momento?".

Se presentó en una conferencia de prensa junto a Dara Torres, la velocista cuarentona, a la que, con irreverencia, pero con gracia, llamó "mamá". La audiencia, de más de 200 periodistas, no consiguió sacar al muchacho de su mundo. Y su mundo es como una sencilla tierra de promisión. "Estoy muy entusiasmado en la Villa Olímpica", dijo, sin dejar de sonreír; "siento que he vuelto al colegio. Vivimos seis en un piso. Nos pasamos el día haciendo bromas y jugando al póquer. Me divierto. Es muy cool. Me encantan los jardines y los lagos que han construido entre las casas. Da gusto pasear por allí. Lo hago continuamente. ¿Qué otra cosa se puede hacer?".

"Yo no me he planteado batir ningún récord", dijo Phelps, sobre su objetivo de sumar otros ocho oros a su colección de seis. "Nadaré ocho carreras porque quiero hacerlo. No hay más".

Lo dijo con tal naturalidad que en la sala se extendió la convicción de que al hombre le gusta mucho el agua. Al revés de lo que suele suceder con las grandes figuras del deporte, al contrario que las estrellas del fútbol, o de la NBA, concentradas en un hotel de lujo, el muchacho de Baltimore no hace ningún esfuerzo por disimular que su actividad le proporciona una gran satisfacción. Lleva 17 años metido en una piscina y se diría que no necesita más. En Michigan se compró una casa y la cambió por un piso. En Pekín, descartó el hotel Intercontinental del Centro Financiero, con sus flotillas de Rolls y sus tiendas de lujo. Y eligió compartir habitación con cinco colegas.

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