viernes, 15 de agosto de 2008
Nadal, sueños de oro
Rafael Nadal se jugará la medalla de oro olímpica el próximo domingo frente al chileno Fernando González después de imponerse a Novak Djokovic (6-4, 1-6, 6-4) en dos horas y 10 minutos. Como es habitual, se dejó caer en la pista cuando se supo con una medalla al cuello, y lo celebró como sólo lo celebran los niños. Ganó un partido tremendo, jugado a una intensidad brutal por parte de los dos tenistas.
Salió vivo el español del magnífico tenis del serbio, que durante buena parte de la noche pareció emerger de nuevo como el verdugo de Nadal. Pero no. A base de casta, de agarrarse a la pista cuando estaba fuera y de no dejar resquicio por el que meterse en el partido, el número uno del mundo llegó hasta la final. Tiene una medalla. Es lo que quería. Pero no le sirve. Quiere el oro.
Todo normal hasta el quinto juego, cada uno a lo suyo, sin entrar en casa del rival. Nadal, que había arrancado el partido con un 0-40, aprovechó su primera oportunidad de 'break' en ese quinto juego para quebrar y encarrilar así el primer set. Djokovic, enganchado a los gestos durante todo el partido, ahora de alegría, ahora de rabia, vio escaparse el tren y cedió también su siguiente servicio con una doble falta.
Cuando servía para ganar, Nadal empezó a notar las primeras brisas que habrían de llegar más tarde desde el otro lado de la red. El serbio remontó dos juegos, insuficientes ante el siguiente saque de Nadal, que resolvió esa primera manga en 39 minutos.
A partir de ahí, la noche. Djokovic, vencedor sobre Nadal dos veces este año, la última en Cincinnati hace dos semanas escasas, avanzó un metro, se metió en la pista y empezó a enviar bolas inalcanzables, ni siquiera para un jugador como Nadal, al que sólo la dignidad le impidió quedarse a cero en ese segundo set.
La violencia en el golpeo con la derecha hizo gigante a Djokovic, arrollador también con el revés a dos manos, plano, inalcanzable. El español movía la cabeza, buscaba explicaciones, más que explicaciones soluciones, y no las encontraba ni en las dejadas. Intentó una y el serbio llegó con tiempo de sobra para finiquitar el segundo set.
En el tercero, el partido buscaba dueño. Sería por eliminación. Aquél que bajase medio brazo se iría a la lucha por el bronce y el otro pelearía por el oro, al margen de garantizarse ya estar en el podio. Y es en esas situaciones extremas, agobiantes, cuando el número uno del mundo resiste como nadie.
Se agarró al partido y logró minar los cimientos de Djokovic, que poco a poco comenzó a cometer algún fallo, no muchos, uno por aquí, otro por allá, suficiente para Nadal. Llegaron igualados al último juego, donde el serbio mandó dos bolas a la red, la mitad de las que mandó en todo el partido. Por ahí se coló Rafa para acabar con el partido y colgarse, ya seguro, la plata. Insuficiente, seguro.
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