martes, 12 de agosto de 2008
Todos contra el tiempo
Pitágoras parecía un tipo raro, pero no se diferenciaba mucho de George W. Bush. El filósofo griego atribuyó poderes mágicos a los números. También advirtió que, de todos los participantes en unos Juegos Olímpicos, los más dignos de admiración no son los atletas, sino los espectadores. Después de todo, hay deportes en los que el adversario no tiene forma humana. En la natación, simplemente, el rival carece de apariencia. Es invencible. Se registra en símbolos. Es el tiempo que pasa. Ayer, ante la mirada de millones de espectadores repartidos por todo el mundo, se cerró una época. Eso habría dicho un pitagórico y eso creen los aficionados al deporte. Los que acuden a los escenarios olímpicos, registran los cronómetros y se emocionan al verificar que un chico de Maryland, uno de Nueva Jersey, uno de Wisconsin y otro de California, unidos en una ceremonia para cubrir a nado 400 metros repartiéndose 100 cada uno, logran bajar por primera vez en la historia de 3m 12,23s a 3m 8,24s. ¡Cuatro segundos! Sobrecogido ante un milagro que sólo se verifica con números, George W. Bush, el presidente de Estados Unidos, se dirigió al muchacho de Maryland como un rey a su súbdito: "Buen trabajo".
Cierta idea del trabajo es reciente. Todo lo demás en la final del relevo de 400 metros libre que se disputó ayer es antiguo como el afán de combatir lo inevitable. Entre estos afanosos, el más carismático de todos es el muchacho de Maryland, que tiene 23 años y se llama Michael Phelps.
Phelps hace cosas que los cronómetros no recogieron jamás y las multitudes se sienten automáticamente agradecidas, como si se tratase de una especie de cómplice que se echa al agua impulsado por una causa superior. La natación es un deporte individual sólo en apariencia. Los mejores nadadores no luchan contra el agua, sino que se apoyan en ella. Phelps mueve tanta agua que da la sensación de que flota río abajo por un curso caudaloso. Lo lleva el agua. Lo llevan los espectadores, el género humano, sus compañeros. A cambio, él les da un empujón emocional.
Lo dijo la australiana Lisbeth Lenton, abrazada a su compatriota Jessicah Schipper, después de ganar el oro en la final de 100 mariposa que ambas disputaron hasta el último metro: "Nunca dejó de luchar y eso me obligó a perseverar. Sin ella, yo no estaría aquí".
Los nadadores nadan unos por otros. Las carreras de relevos son la mejor exhibición de esta ley. La carrera de ayer es historia grande de la natación. Empezó con Phelps a las 11.00 en la semifinal de 200 metros libre. Acabó tercero. Tardó tres segundos más que su mejor marca en recorrer la distancia y se clasificó cuarto. Le dio igual. "Estaba ahorrando energía", dijo al salir del agua ante la suspicacia de los medios estadounidenses. Su meta iba más allá. A las 12.00 volvió a la piscina para lanzar el relevo. Su misión consistió en abrir hueco. No había preparado la velocidad desde hacía tres años. Debía ser más rápido que el hombre más rápido del mundo, el australiano Eamon Sullivan, un especialista que abrió la carrera para su equipo. Sullivan hizo el récord mundial de 100 libre. Lo recortó en 26 centésimas. Hizo 47,24 segundos. Un universo. Phelps lo siguió a sólo 21 centésimas. Un prodigio.
Intimidados ante el escaso efecto de su gran maestro, los australianos se rezagaron. Aparecieron los franceses. Cuando la carrera pasó por los 300 metros, Bousquet señaló la mejor posta de la historia (46,63s). Jones no pudo con él y Francia partió hacia el último 100 como vencedora con su hombre más rápido al frente. Ahí fue Alain Bernard, la montaña de músculos. Hasta ayer, antes de que Sullivan y Phelps le desposeyeran, Bernard tenía la plusmarca universal de 100 libre. Su récord había caducado. En el torbellino también caducó la posta de Bousquet. No la pulverizó Bernard. El hombre que nadie esperaba se llama Jason Lezak, veterano, de 32 años, medio calvo, poco mediático. Lezak salió dos metros por detrás de un nadador que ostentó el título mundial. Le persiguió hasta el muro sin acortar distancias. Entonces hizo el viraje. Le recortó un metro y medio bajo el agua. El resto fue emoción hasta el último palmo. Ganó Lezak.
Como dijo María Peláez, la experta estilista española: "Phelps es Dios. Es tan carismático que hizo que los demás nadaran por él. Les ha hecho sentir que sus ocho oros son la meta de todos".
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