viernes, 15 de agosto de 2008
El fabuloso Bolt
Se abrió el Nido del Pájaro y medio Pekín inundó el anillo olímpico de manera festiva. Celebraban, o eso parecía, el día de la cámara. Bajo el cielo, que, sí, existe también en Pekín aunque muchos lo dudaban después de 15 días con la ciudad envuelta en calima, familias enteras se retrataban ante varios impresionantes fondos: el impresionante estadio, la impresionante torre en forma de llama de un hotel de siete estrellas, la impresionante piscina llamada Cubo del Agua... En los tiempos de la película química se habrían quedado sin carretes para lo más impresionante. Así que seguramente dieron las gracias al inventor de la cámara digital, pues sólo así fueron capaces de aprisionar dos momentos tan fugaces que sólo un obturador de alta velocidad pudo captarlos: la increíble última vuelta, la última recta, en la que la etíope Tirunesh Dibaba, la reina de los 10.000 metros que alcanzó la corona olímpica logrando la segunda mejor marca de la historia -la segunda vez, también, que se baja de los 30 minutos, 29m 54,66s, en la misma ciudad precisamente en la que hace 15 años la increíble Junxia Wang corrió los 10 kilómetros en 29m 31,78s, un récord mundial que aún permanece-, y el fabuloso pie en movimiento de Usain Bolt.
El fabuloso Usain Bolt, la fascinante manera en la que el joven jamaicano interpreta el esprint de los 100 metros.
Durante tres meses, desde que corrió un 100 en 9,76s, el universo ha impreso miles de kilómetros de papel, ha impresionado millones de líneas de pantalla, construyendo los preliminares de un espectáculo que en cuatro actos de interés creciente debería cambiar el atletismo para siempre: las cuatro series que coronarán en el estadio olímpico de Pekín al ganador de la carrera del milenio, el 100 metros del tridente único, el formado por el campeón del mundo, Tyson Gay, norteamericano; el plusmarquista mundial destronado, Asafa Powell, jamaicano, y el meteoro que llegó súbitamente para romper el equilibrio, Usain Bolt.
Han bastado 24 horas; mejor aún, han bastado seis fragmentos temporales, no más de 60 segundos sumándolos todos, para que el drama, o sea la incertidumbre, se haya deshinchado. Ha bastado, reduciendo más aún el momento, la segunda ronda de los 100 metros, la segunda carrera de Bolt en el sofocante ambiente del estadio.
Después de ver a Bolt correr en 9,92s con viento nulo unos 100 metros que para él se redujeron a la mitad -50 metros de aceleración brutal, e increíble, pues su pie, su tobillo ágil y ligero no asustaba, sólo acariciaba el tartán; increíble, pues su cuerpo destartalado y desproporcionado cuando inactivo, 1,96 metros de estatura de un tipo zanquilargo y aparentemente torpe-, la única duda que alberga el vulgo es saber si, aparte de ganar su primer título olímpico hoy, cinco días antes de cumplir los 22 años, Bolt, el chico de Trelawny, tan único y exquisito como el café Blue Mountain que allí se produce, será capaz de batir su propio récord mundial, de bajar de los 9,72s, de convertirse en el primer humano que pisa en los 9,60s.
Claro que este tan encendido párrafo hay que leerlo con compasión, ya que se puede considerar una muestra del encantamiento al que someten las maneras de Bolt al aficionado fácilmente enamorable. Pero también el aficionado que sólo somete su criterio al dictado de las matemáticas o a las consideraciones psicológicas seguramente habrá llegado a la misma conclusión. No sólo a la de proclamar por adelantado a Bolt ganador de la batalla de los tres reyes, sino a la de precisar que Tyson Gay, hasta mayo el gran favorito, quizás no ocupe un puesto en el podio -pese a una salida perfecta, una puesta en acción acelerada y una determinación absoluta, Gay, que debe de resentirse de sus isquiotibiales aún, fue sólo segundo en su segunda ronda, 10,09s, noveno tiempo global-, lugar que debería ceder al aparatoso Walter Dix, gafas de sol, rastas y manguitos de caucho azules hasta el codo, uno que maneja brazos y piernas con suma soltura.
Sólo un desastre en la salida, su punto más débil -ayer, fue el más lento del trío en las dos rondas- podría impedir la inevitable victoria de Bolt. En cuanto al récord del mundo, quizás no -el estadio es una caldera tan cerrada que es muy difícil que el viento a favor pueda superar el metro por segundo y todos los últimos récords se han batido con casi dos metros por segundo- o quizás sí en el caso de que Powell, el compatriota que nunca alcanza el máximo rendimiento en las grandes citas, le presiona lo suficiente para que, alcanzados los 70 metros, Bolt, el fabuloso, sienta la necesidad de seguir acelerando.
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