miércoles, 17 de agosto de 2011

“MIS” MUNDIALES HELSINKI 1.983


JOSÉ MANUEL MORENO. OCHO CALLES.

Estas fechas caniculares parecen propicias para el recuerdo. Y en concreto para recordar momentos inolvidables o solamente llamativos de los Mundiales que he vivido, que han sido todos, como telespectador. Sufrido, por cierto, sobre todo en los tiempos exclusivos de TVE, ahora desaparecida para este deporte. Para empezar había entre expectación y escepticismo en los días previos al primer Campeonato celebrado en una plaza de tanta raigambre atlética como Helsinki. Las fechas, del 7 al 14 de agosto. De enviados especiales y comentaristas de la cadena pública, José Ángel de la Casa y el mítico Gregorio Parra, el que más sabía y el que más erraba, a veces producto de su sabio despiste.
Comienza el Mundial
Desde la celebración de la tercera edición de la Copa del Mundo en Roma 1981, sabíamos que Carl Lewis iba a ser estrella de nuestro deporte para una década, como mínimo. Llamaba la atención, además, que hiciera velocidad y longitud. En Roma había defraudado con apenas 20 años porque se lesionó en los 100 metros, quedando el último y ganando en longitud con una marca de 8,15 metros, nada para lo que se esperaba de él: batir la plusmarca de Bob Beamon, nada más y nada menos.
Total, que la final de los 100 metros, como siempre, concitó la atención de todo el mundo. Algunos pensaban que el campeón olímpico en Moscú, el británico Allan Wells podría poner en riesgo la discutida por entonces supremacía norteamericana, pero la final puso a cada uno en su sitio. Y a Carl Lewis lo puso en lo más alto, con su estilo que con el tiempo sería característico: de ir de los últimos hasta los 50 metros, a triunfar por 14" sobre Calvin Smith, otro mito con paso del tiempo y a 17" de Emmit King. Triplete americano en una final con dos europeos: el mencionado Wells, que terminó 4º y el alemán federal (existía el Muro de Berlín) Christian Haas.
¡Qué últimos metros! gritó De la Casa, al que casi se le sale un gallo como el del gol de Señor a Malta el mismo año de 1983.
De nuevo, los americanos dieron sopas con hondas a los europeos en el 200. Calvin Smith y Elliott Quow sacaron un mundo a tres estrellas de nuestro continente: Wells, Pietro Mennea (plusmarquista mundial desde hacía cuatro años en la Universiada de México) y el alemán oriental Frank Emmelmann. El jamaicano Bert Cameron evitó un doblete americano en su prueba fetiche de la vuelta a la pista, aunque con una marca paupérrima para un oro mundialista: 45.05. Nunca más se ganó con semejante marca un evento internacional en la prueba del ácido láctico.
Joaquim Cruz y Peter Elliott eran los favoritos en los 800 metros, que por entonces como todo el medio fondo tenía color europeo, especialmente británico. Pero se "coló" en un magnífico sprint final el alemán occidental Willi Wülbeck y rompió todos los pronósticos.

El 1.500
Todas las figuras estaban en la final de la prueba que empezaba a discutirle el reinado atlético a los 100 metros, el llamado coloquialmente "milqui".
Los británicos Steve Cram y Steve Ovett (Coe andaba lesionado), el marroquí Said Aouita, el americano Steve Scott y, cómo no, una de nuestras grandes bazas en este Mundial, el cántabro José Manuel Abascal. Carrera muy lenta y táctica, que le vino como anillo al dedo a Cram, que venció en unos increíbles 3:41.59, plata para Scott y bronce para Aouita. Nuestro compatriota, que estuvo delante casi toda la prueba, se tuvo que conformar con un magnífico quinto puesto. Estaba ahí, peleando con los mejores y en una carrera más rápida, hubiera tenido opciones de podio, como demostraría un año más tarde en Los Angeles.

Un 10.000 al sprint
La carrera de fondo por excelencia en aquellos tiempos en los que no se le daba tanta trascendencia a la maratón, al menos según mi opinión, se decidió en un sprint puro y duro: el fenómeno italiano Alberto Cova se hacía con el oro por delante del alemán oriental Werner Schildhauer por ¡14"!. Pero es que al tercer clasificado Hansjörg Kunze le sacaba 22 y al cuarto, el finés Martti Vainio, solo 33. Una final así con cinco corredores en el mismo segundo es difícil de repetir. Y más desde que llegó el dominio africano, aún incipiente en el 83 del siglo pasado.
Cara y cruz en vallas
El local Bryggare se coló en el podio de las vallas altas entre los negros estadounidenses Greg Foster y Willie Gault, con marcas ciertamente pobres. El mejor del mundo y plusmarquista, Reynaldo Nehemiah se pasó al football y la prueba se resintió con su ausencia. Cuando volvió año más tarde, era una sombra de la estrella que llegó a demostrar tímidamente lo que tenía dentro. La brillantez de la que careció la competición de las vallas altas, la tuvo y de qué manera la de los 400 metros, con el fenómeno americano, entonces uno de los más mediáticos del mundo, Edwin Moses. Frustrado por su ausencia obligada en Moscu 1980, el campeón olímpico en Montreal 1.976 se desquitó con unos excepcionales 47.51 en la final, sacando más de un segundo a su gran enemigo y perdedor siempre, el alemán occidental Harald Schmidt. Un dato de lo diferente que era aquella época: el primer keniata (entonces se decía así, y no keniano) y por extensión primer africano en 3.000 obstáculos fue Julios Korir, que quedó séptimo en una prueba ganada por el alemán occidental Patriz Ilg. En relevos, se produjo la eclosión de los nuevos reyes americanos del sprint: King, Gault, Smith (especialista en la curva) y el nuevo rey del atletismo Carl Lewis le dieron a Estados Unidos un nuevo récord mundial con 37.86 que todavía en nuestros días casi te asegura podio en una final de 4 x 100 metros. En el relevo largo, se produjo la sorprendente victoria de la Unión Soviética, entonces el alter ego del "Hermano americano" a la hora de repartirse las medallas, con permiso de la Alemania del Este. Un corredor americano sufrió la pérdida del testigo y aunque se levantó y continuó, se esfumaron las aspiraciones de medalla.
Concursos
En los saltos, empezó a emerger la gigantesca figura del soviético entonces, ucraniano siempre, Sergei Bubka, que no sería plusmarquista mundial hasta un año después, y que se limitó a ganar su primer oro mundialista con 5,70 metros, por delante de su compatriota Volkov, que saltó diez centímetros menos. Esta vez no defraudó como en Roma el polivalente Carl Lewis en la longitud, venciendo con unos estupendos 8,55 metros, quedándose a un solo centímetro de su plusmarca indoor. Esa victoria de las barras y las estrellas fue la única en los concursos, porque los países del telón de acero dominaban con mano de hierro saltos y lanzamientos. Y el mítico duelo Thompson-Hingsen en la prueba combinada, se decantó del lado británico por un centenar de puntos.

Y la gran alegría para la expedición hispana fue cómo no la marcha, con un extraordinario segundo puesto en 50 Kilómetros y, por consiguiente, una merecida medalla de plata de José Marín, solo por detrás del alemán oriental Ronald Weigel. Ya con eso el atletismo español se dio con un canto en los dientes.

MUJERES

Se presagiaba una final histórica e igualada en los 100 metros entre el ciclón alemán oriental Marlies Ghör y la grácil americana Evelyn Ashford, y así fue hasta los 70 metros aproximadamente cuando Ashford se rompió cuando la impresión era que la americana se podía imponer en los últimos metros. Nunca se sabrá. La otra gigante de la velocidad de la Alemania del Este, Marita Koch fue 2ª y Diane Williams salvó el honor estadounidense obteniendo el bronce. Koch fue la gran dominadora en los 200 metros, con su estilo potente y avasallador aunque una jamaicana entonces de 23 años, Merlene Ottey no quedó demasiado lejos de ella, a 6", consiguiendo la plata.

¿Es un hombre o una mujer? Nos preguntábamos todos a través de la tele cuando veíamos el aspecto de la checa Jarmila Kratochvilova. Desde luego, por su forma de correr, más cerca estaba de los hombres que de sus rivales. ¡47.99! fue su marca, para sorpresa de propios y extraños en la final de los 400 metros. La robótica checa repitió hazaña en los 800 metros siendo la auténtica reina de estos primeros campeonatos mundiales, aunque la polémica ¿les recuerda algo a Semenya? siempre le acompañó.

El orgullo americano ante tanto dominio europeo en velocidad lo restauró la rubia Mary Decker con victorias bonitas, basadas en un dominio del tartán desde principio a fin de las pruebas de 1.500 y 3.000 metros. Luego vendría Zola Budd a estropear su reinado, pero eso es harina de otro costal.
En cien vallas, las siete primeras fueron europeas, quedando la americana Benita Fitzgerald última. Qué tiempos para nuestro continente, aunque las que dominaban en realidad eran alemanas orientales y soviéticas. En el relevo corto, para que vean que la historia se repite, las americanas fueron solo quintas en su serie, no llegando a la final. Lo de los “palitos” nunca fue cosa de las chicas estadounidenses, a pesar de su extraordinaria velocidad. Las alemanas orientales barrieron en los dos relevos con estupendas marcas de 41.76 y 3: 19.73.
Concursos
La soviética Tamara Bykova venció en el salto de altura con 2,01 metros, por delante de la campeona en Munich 1972, Ulrike Meyfarth, que se quedó en 1,99. Dos americanas, Ritter y Sommer empataron a continuación con 1,95, siendo la primera medallista de bronce por menos intentos. La hermana menor del que después sería conocido como “Hijo del Viento”, Carol Lewis era una consumada saltadora de longitud, como demostró con un tercer puesto con unos ventosos 7,04, siendo el oro para la después longeva campeona Heike Daute (aún no era Dreschler). Y este es mi resumen de aquellos primeros campeonatos del mundo, que al ser en Europa se dieron en buenos horarios a través de TVE, cuyas principales finales se dieron por la 2ª Cadena. Se habló mucho en el Marca y el As con crónicas de Escamilla, Molero y compañía, de la competición y, en general, el atletismo, con este arranque de “su” propia competición demostró hallarse en el comienzo de una nueva era.

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