martes, 2 de agosto de 2011
PHELPS NO SE CAYÓ DE LA TUMBONA
SANTIAGO SEGUROLA MARCA.COM
Desaparecieron los plásticos en Shanghai y la natación recuperó su alma, vendida a los mercaderes de poliuretano bajo una premisa falsa: no hay interés sin récords. Al revés, el diluvio de récords mundiales -43 en los Mundiales de 2009, año cumbre de los bañadores plastificados- trastornó la idea de lo que significa lo excepcional. Las marcas sobrehumanas se volvieron tan comunes que el aficionado medio perdió la orientación, el entusiasmo y la curiosidad.
Es difícil navegar en la confusión, y nada resultaba más confuso que el terreno gris que separa la cualidad de un nadador de la eficacia de unos bañadores que agregaban otro problema: desequilibraban la competición porque respondían a características y materiales diferentes. No era lo mismo un Speedo LZR Racer –el de Michael Phelps en los Juegos de Pekín 2008 y en los Mundiales de Roma 2009- que el Arena X-Glide –el de los fabulosos récords de Paul Biedermann en los 200 y 400 metros libres, obtenidos en 2009- o el Jaked, el de “si lo tiras a la piscina, no nada solo” (Rafa Muñoz, tras ganar la final de 100 metros mariposa en el Campeonato de España de aquel año).
Como ocurre con el dopaje, que vulnera muchos principios, pero básicamente el de la igualdad entre los competidores, los bañadores plastificados deformaron las competiciones y establecieron una tabla de récords donde no se sabía qué era más importante, si el nadador o su vestimenta, y en qué grado modificaba las prestaciones de los nadadores. Los Mundiales de Roma señalaron la apoteosis del caos, con sus 43 récords. En el Mundial por marcas comerciales se impuso el X Glide (Arena) sobre el 01 Jaked, y el Hydrofoil (Adidas). A Speedo, que compitió con los bañadores LZR de vieja generación, los de los Juegos de Pekín 2008, le salvaron Michael Phelps y Ryan Lochte, dos genios que están por encima del poliuretano.
Es falsa la idea de que un deporte interesa poco si no hay profusión de récords. No radican en la dosis de récords las razones por las que el atletismo o la natación han perdido rango frente a otros deportes (fútbol, baloncesto, golf, tenis, etc), más y mejor asociados a la industria del espectáculo, a la cotidianeidad y al formato televisivo. El exceso de récords perjudicó aún más a la natación porque generó una sopa indigesta. De algún modo reprodujo la época del apogeo del dopaje en la RDA, cuando sus nadadoras y sus atletas establecían marcas siderales –algunas todavía figuran como récords mundiales tres decenios después- ante la mirada tolerante de las autoridades deportivas y el fastidio general.
Los Mundiales de Shanghai han significado el regreso a la cordura a la natación, y especialmente han devuelto este deporte al principio de igualdad. En contra de las previsiones de los pesimistas que proclamaban el carácter invulnerable de las marcas conseguidas con los turbobañadores, se han batido dos récords: el de 200 metros estilos (1.54.00), obtenido por el estadounidense Ryan Lochte en su memorable duelo con Michael Phelps (1.54.16), y el de 1.500 metros, a cargo del chino Yang Sun (14.34.14 minutos), aunque esta marca superó un récord no bendecido por el plástico.
Además de estas marcas, se trazaron algunas señales que indican la caída más o menos cercana de algunos registros que se consideraban inaccesibles. El joven australiano Magnussen se acerca a toda máquina a la frontera de los 47 segundos y del tiempo del César Cielo (46.91 segundos) en los 100 metros libres. El francés Camille Lacourt y su compañero Jeremy Stravius están muy cerca del horizonte que señaló Aaron Peirsol en los 100 metros espalda. Ryan Lochte también puede destronar en un buen día –en los próximos trials estadounidenses o en los Juegos de Londres, por ejemplo- a Peirsol en los 200 espalda. Missy Franklin, la adolescente que está llamada a hacer época, tiene las mismas condiciones que Michael Phelps para arrasar en los próximos años: sus tiempos en los relevos de 100 y 200 metros libres la sitúan como perfecta aspirante a romper los tiempos de Britta Steffen y Federica Pellegrini en 2009. En los 200 metros espalda, Franklin ya dispone de la tercera mejor marca mundial de todos los tiempos, y falta por averiguar su progresión en los 100 espalda.
Lo importante es que se vuelve a los nombres de los nadadores y no de las marcas de bañadores. Los consagrados apenas han fallado. La vuelta a los orígenes les ha favorecido. Eso está especialmente claro en los casos de Phelps –cuatro medallas de oro, dos de ellas individuales (100 y 200 mariposa), dos de plata y una de bronce- y Ryan Lochte, cinco medallas de oro, cuatro de ellas individuales (200 libre, 200 espalda y 200 y 400 estilos). Los dos astros de la natación estadounidense han dominado el Mundial con puño de hierro, sin las interferencias de los plásticos. Hablamos de dos hombres ajenos a las modas. Phelps fue quinto con 15 años en la final de 200 mariposa de los Juegos de Sydney 2000. Desde entonces ha ganado 14 medallas de oro en los Juegos y 26 títulos en los Campeonatos del Mundo. Lochte surgió cuatro años después, en el relevo 4x200 que derrotó al portentoso equipo australiano –Ian Thorpe, Grant Hackett y compañía- en los Juegos de Atenas 2004. Son campeones con una trayectoria impresionante que se ven favorecidos por el regreso de la natación a los orígenes.
El problema para Estados Unidos es que no aparecen sucesores de la talla de Phelps, Lochte o Peirsol. Sorprende que sólo otros dos nadadores –Tyler Clary y Tyler McGill-hayan obtenidos medallas para Estados Unidos en la categoría masculina. El futuro no parece brillante, si no fuera por la impresionante capacidad de regeneración de la natación norteamericana, sobre todo en los años de Juegos Olímpicos. A las pruebas hay que remitirse.
Uno de los aspectos más sobresalientes del Mundial ha sido la respuesta de Michael Phelps, vulnerable durante la temporada y casi invencible en los Mundiales. Le derrotó Ryan Lochte, que necesitó lograr su mejor tiempo en los 200 metros libres y el récord del mundo en los 200 estilos para imponerse a Phelps, cuya curva es ascendente. Sus tiempos son similares, y hasta mejores, a los que logró en los Mundiales de Melbourne 2007, la temporada que precedió al poliuretano.
No es fácil creer en la supuesta desidia de un nadador con marcas de 48.08 segundos en los 100 metros libres, 1.44.79 minutos (200 libres), 50.71 segundos (100 mariposa), 1.53.34 (200 mariposa) y 1.54.16 (200 estilos). Phelps no se cayó de la tumbona en la playa y apareció por arte magia en el Mundial de Shanghai, como se quiere hacer creer. Sus marcas indican un estado de forma superior al que podía esperarse en un hombre que ha ganado todo, que perdió estímulo tras su hazaña en los Juegos de Pekín, donde logró ocho medallas de oro, y que se encontró en una posición muy delicada en la edad de plástico: su LZR era claramente inferior a los bañadores de sus grandes rivales europeos.
Phelps está como siempre, o quizá como nunca, con una salvedad: Lochte, que le ha superado con asiduidad en los tres últimos años. Sin embargo, en ningún caso han sido derrotas contundentes, insalvables. No se puede hablar en términos categóricos cuando la diferencia ha sido de 16 centésimas en los 200 estilos (1.54.00 frente a 1.54.16, con récord mundial incluido) y de 33 centésimas en los 200 metros libres, la prueba donde Phelps tendrá más dificultades para retomar su habitual mandato. Además del fenomenal Lochte, se encontrará con la oposición del coreano Park, el alemán Biedermann –convertido ahora en un gran nadador tras su reinado marciano en la era del poliuretano-, el fantástico Yannick Agnel y quién sabe si Ian Thorpe, de regreso a la natación después de más de cuatro años de ausencia.
Phelps ha sentado toda clase de precedentes en la natación. Nadie se le acerca a su cosecha de medallas en los Juegos Olímpicos y en los Mundiales, y tampoco es posible encontrar un competidor tan eficaz y tan longevo. Aunque hay casos de nadadores –Salnikov en los años 80 o Grant Hackett más recientemente- que han dominado absolutamente una prueba durante una década, no hay un caso parecido al de Phelps por su larguísima y versátil producción. Todavía es el mejor, o está entre los tres mejores, en los 200 metros libres, 100 y 200 mariposa, 200 y 400 metros estilos, prueba que abandonó tras los Juegos de Pekín, pero a la que podría regresar para enfrentarse en otro fascinante mano a mano con Lochte. De hecho, comienzan a escucharse rumores del posible retorno de Phelps. En cuanto a los 100 libre, sus 48.08 segundos como primer relevista en la final de 4x100 le convierten en el mejor estadounidense del año y sitúan su marca a un nivel que sólo superó en los Juegos de Pekín, ayudado por su Speedo LZR.
Mientras se anticipa un duelo entre Lochte y Phelps en los Juegos de Londres, en Shanghai se vislumbró la generación del futuro. El australiano Magnussen, 20 años recién cumplidos, tomó los 100 metros al asalto, con velocidad y mucha astucia. Es el especialista perfecto, el nuevo Popov, capaz de controlar la prueba sin necesidad de vaciarse en los 50 primeros metros. Conoce la distancia al dedillo. Suficientemente rápido para aguantar a los sprinters más explosivos y muy superior a todos en la segunda parte de la prueba. Así construyó sus dos impresionantes tiempos en Shanghai: 47.49 segundos como relevista en la victoria australiana y 47.83 en la final de 100 metros libres. En los dos casos, sus marcas rompieron el récord mundial de la época sin plástico. Lo estableció Van den Hoogenband en su memorable victoria sobre Popov, Klim, Thorpe y compañía en los Juegos de Sydney 2000.
El récord actual (46.91 segundos) no parece inaccesible para Magnussen, que podría protagonizar una pirueta que muchos auguran: el paso a los 200 metros. Eso supondría la madre de todas las finales en Londres 2012, con una presumible batalla entre Magnussen, Lochte, Phelps, Biedermann, Agnel, Park y Thorpe, si regresa como en los viejos tiempos. Si el chino Yang Sun –el maravilloso fondista que batió en Shanghai el récord mundial de Hackett en los 1.500 metros- se animara en los 200 metros, el espectáculo en Londres sería insuperable.
Yang Sun y Magnussen son nadadores destinados a marcar época, lo mismo que Missy Franklin, la niña prodigio estadounidense. Si atraviesa bien, y no es fácil, el paso del instituto a la universidad, un tránsito que a veces ha apagado muchas estrellas fugaces, Franklin es una caja de récords. Hace tres años, con 13 recién cumplidos, participó en los trials olímpicos estadounidenses. En Shanghai deslumbró en todas sus actuaciones. Con una envergadura impresionante –mide 1,83 metros-, su voracidad competitiva hace el resto. Por lo que se vio en los Mundiales está en condiciones de derrotar a cualquiera en los 100 metros libres –su relevo en la victoria del equipo norteamericano fue portentoso-, 200 libres y espalda, 100 espalda y hasta en los 100 mariposa, prueba que cultiva relativamente poco pero en la que siempre ofrece excelentes prestaciones. Missy Franklin llegó a Shanghai para foguearse en la gran competición y salió como la próxima estrella de la natación: un nuevo imán de interés para los Juegos de Londres, esta vez sin plásticos venenosos por medio.
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