CARLOS
ARRIBAS
El
País.com
El
aire acondicionado del estadio es una máquina terrible, un armazón metálico
cúbico que rodea toda la pista a la altura de la barandilla y es tan ancho,
metro y medio por lo menos, que desde las primera filas solo se puede intuir el
foso de los saltos, donde Iván Pedroso espera que aterricen, bien lejos, sus
pupilas, Ana Peleteiro y Yulimar Rojas. Ni estando de pie puede el técnico
cubano ver las batidas (hop, step, jump, bote, paso, salto) de sus campeonas,
pero casi solo por el sonido de sus pies conoce el resultado, y ni se inmuta
cuando en un nulo mínimo, en su primer salto, la venezolana, campeona del
mundo, aterriza de pie rozando la línea de los 15 metros.
Qué
burrada, exclaman en la poblada grada inferior los españoles. Las docenas de
nacionales de Colombia, fans de la vecina rival, la campeona olímpica Caterine
Ibargüen, y de Venezuela ni reaccionan. Ni se han enterado del meteorito que ha
pasado por delante de ellos. Reaccionan con más calor, y menos banderas, los
aficionados finlandeses de Kristina Makela.
Ni
el calor ni la falta de respuesta a su petición de palmas rítmicas afecta a Ana
Peleteiro, que es una mujer nueva desde hace unos días desde que descubrió qué
significaba resiliencia. “Este año verano me cuesta más centrarme. Mi abuela
murió, es la vida, cosas que pasan...”, dice la atleta que en marzo ganó en
Glasgow el Europeo en pista cubierta con una marca, 14,73m, que es récord de
España y pasaporte para la mejor elite. “Son cosas que cuesta asimilarlas, pero
el otro día leí en un libro el significado de una palabra, resiliencia. Conocía
la palabra, pero no sabía el significado, y, en verdad, fue una palabra que me
habló, que me dijo, ‘esto es lo que te pasa a ti y hay que aceptarlo’. Y es la
capacidad que tiene el ser humano de superar situaciones difíciles. Me lo metí
en la cabeza y, mira, por una tontería de leer un libro, y casi nunca leo, leí
precisamente el libro que necesitaba, y a partir de ese día soy otra, me vino
superbién. Soy un muelle, puedo caer y saltar, no me quedo abajo”.
Peleteiro
llevaba un mes sin competir, restaurando el ánimo y estirando, hasta dejarlo de
goma, un isquio rebelde. No rompe ni la tabla ni la arena y necesita dos saltos
para llegar a 14,23m. Servicio mínimo para la final del sábado (19.35). “Hemos
hecho lo que quería, más de un salto, que me hacía falta, como en Glasgow.
Tanto tiempo sin saltar se nota”, dice Peleteiro. “Soy competitiva desde que
nací, no voy a dejar de serlo con 23 años. El sábado me voy a dejar la piel. No
sé lo que va a salir, la verdad, pero me voy a dejar la piel. Después del año
que hemos tenido... solo Iván y yo sabemos por lo que hemos pasado este año.
Estoy muy orgullosa. El 14,73 de Glasgow es un objetivo a batir, pero tampoco
me quiero obsesionar con nada. Las cosas a veces salen fáciles pero cuando las
buscas te cuestan un poco más”.
En
su segundo salto, Rojas, que no paró de bailar, candela pura, saltó 14,31. Paso
directo a una final en la que la afición espera no solo que gane el oro, sino
que bata el récord del mundo (15,50m). “Sí, lo sé, pero para mí, por ahora es
fundamental el oro, y sentirme bien en la competencia, y si logro el oro
hacerlo de una manera impactante y bonita, y a ver qué sale. Lo que Dios nos
ponga, con fe”, dice la venezolana, de 23 años, como Peleteiro, y triple
campeona del mundo ya. “El récord lo tenemos en mente, pero por ahora, el oro.
Y seguir centrada, saltando como venimos y concentrada en conseguir el oro sé
que puede salir una marca muy buena, y quizás el récord o lo que Dios nos dé”.
Y
caminando, se fue cantando por la avenida con los pinchos (los clavos) en la
mano hacia el autobús del hotel en Doha la turbia.
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