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Una
onda vital inmensa explotó en el estadio Khalifa de Doha. Era Noah Lyles, con
su ultrainstinto, la fase de poder máximo de los personajes de la serie de Bola
de Dragón Z. Por ese motivo se plateó el pelo este velocista atómico, que ya
tiene su primer título de campeón mundial a los 22 años (19.83). En 200, la
distancia de Bolt. Pero este estadounidense de Florida quiere desmarcarse del
Relámpago, y lo hace con referencias a dibujos, cinematográficos, amante de
pintar… Es un tipo diferente, que se come la pantalla y el cronómetro.
La
curva esperaba a Lyles a las 22:40, después de haber calentado durante más de
hora y media con ejercicios de movilidad y arrancadas de tacos explosivas. A la
vez bailaba enrabietado con rap en sus auriculares gigantes. Todo tenía que
estar a punto para invocar su superpoder: el esprint largo, el que dura siempre
menos de 20 segundos. Esta vez el crono fue 19.83, lejos de su 19.50, pero
suficiente para presentarse a jefe de un tiempo de atletismo. No arrancó
demasiado mal (168 milésimas), pero la curva se le atragantó algo más de la
cuenta. Hasta que no faltaban 50 metros no superó al británico Gemili. A partir
de ahí, ultrainstinto o en el mundo real: resistencia a la caída de la
velocidad y al ácido láctico.
Batió
en meta a André De Grasse (19.95), el canadiense que se va de Doha con dos
medallas. Como hizo en los Juegos de Río 2016: una plata y un bronce. El
ecuatoriano Álex Quiñónez, que durmió muchos días en el colegio Argentino de
Madrid, fue bronce (19.98). Su caso es el de un currante. Dejó el atletismo
tras los Juegos de Londres y se tuvo que ganar la vida en lo que pillaba:
mecánico, transportista. Volvió al atletismo y ahora está aquí, escoltando a
Lyles, que iba emocionado por el estadio con su bandera norteamericana.
“Muchas veces este año pensaba en ser campeón
del mundo y ahora no me lo creo, lo tengo escrito en el teléfono, me lo repetía
en el coche, estaba siempre en mi mente”, decía Lyles, que no paró de hacerse
selfies con todos los aficionados que se lo pidieron.
Lyles
es un chico de personalidad extrovertida, que dice ser una mezcla entre los
raperos Kanye West y Jaden Smith. Por eso al acabar las carreras baila y hacen
un show colosal. En eso sí ha estudiado a Bolt: “Cómo corría me parecía
sensacional, pero me fijé mucho en cómo hacía a la gente disfrutar del
deporte”. Él tiene su propio show, con shot dance, con sonrisas, incluso
inspira algo de ternura…
Porque
Lyles tuvo una infancia difícil, con problemas de asma, hospitalizaciones
frecuentes y trastorno de déficit de atención. Vivió el divorcio de sus padres
y por eso su madre siempre le acompaña a las grandes competiciones. En el
colegio no lo pasó bien, y para esos malos momentos encontró refugio en el arte
(pinta, diseña, escribe…) y, sobre todo, en la velocidad. No hizo etapa
universitaria, pasó directo a profesional con 20 años con un buen contrato con
Adidas, que pronto vio el filón en Noah que ya bajaba de 20 segundos al salir
de la adolescencia.
El
experto Lance Brauman cogió las riendas de la joya y le dio más velocidad y
templanza en sus sesiones de entrenamiento en Clermont, cerca de Orlando: “Él
no está atrapado con si será o no el sucesor de Bolt y si debe coger las
riendas del atletismo. Sólo quiere ser Noah Lyles”.
Y
ya es campeón, en sus primeros Mundiales, en Doha, donde lanzó su primera gran
onda vital. El ultrainstinto de Noah. Nace una era en un atletismo necesitado
de héroes y al que cada antihéroe le da una estocada feroz. Aquí hay una
esperanza, pero dice: “Sólo pido una cosa. No me llaméis Bolt. Llamadme Noah
Lyles”.
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