El
Mundo.es
Los
futuristas modelos de zapatillas Nike han saltado a la fama y la polémica tras
ayudar a Eliud Kipchoge a correr el maratón en menos de dos horas (1:59.40). Y,
un día después, contribuir a que Brigit Kosgei batiera en Chicago (2:14:04) el
récord del mundo femenino que, desde 2003, ostentaba Paula Radcliffe (2:15:25).
Esas
zapatillas han hecho trizas los récords mundiales masculino y femenino de
maratón y medio maratón, e incrustado en las listas, en las dos últimas
temporadas, y sólo en el maratón masculino, a siete de las 10 mejores marcas de
la historia.
Pero
ya hubo otra zapatilla que revolucionó el atletismo. Fue en 1957. Y se trataba
de una sola pieza, la que calzaba, en su pie de batida, Yuriy Stepanov. Con
ella, el soviético batió en Leningrado (San Petersburgo), su ciudad natal, el
13 de julio de aquel año, el récord mundial de salto de altura. Lo dejó en
2,16. Fue el colofón de una temporada en la que, extrañamente, otros dos
saltadores soviéticos, Vladimir Sitkin e Igor Kashkarov, superaban,
respectivamente, los 2,15 y 2,14. Eran buenos, pero no lo parecían tanto.
La
plusmarca de Stepanov, un atleta no especialmente destacado, aumentó la
sorpresa e incitó a la sospecha. Una de las fotos del récord, tomada
inocentemente desde cerca, permitía distinguir una suela llamativamente gruesa.
Se investigaron esa y otras zapatillas, que los soviéticos justificaron como
destinadas a disminuir el riesgo de lesiones. Estaban fabricadas con una suela
de hasta cinco centímetros de grosor de un material poroso y flexible que
actuaba como resorte. Una especie de trampolín vertical. No era ilegal. En
realidad, no había nada legislado al respecto. No, al menos, con tanta
precisión o minuciosidad.
ILEGALES
PARA LA IAAF
Todo
el mundo, no sólo en masa los soviéticos, empezó a utilizar ese calzado, que no
era totalmente novedoso (se habían hecho pruebas en otros países, en especial
en Suecia, donde el salto de altura gozaba de un gran nivel, pero sin
trasladarlas a ninguna competición relevante), al que ya se denominaba
"zapatilla ortopédica" y "zapatilla compensada". Bajo su
impulso, las marcas por encima de los dos metros, no tan frecuentes entonces,
proliferaron. Las presiones ejercidas desde distintos frentes e instancias
condujeron a que la Federación Internacional (IAAF) lo declarase ilegal y
estableciese para las suelas un grosor máximo de 1,3 mm. Pero, gracias al
carácter no retroactivo de las normas, reconoció el récord mundial y las marcas
conseguidas con él.
Curiosamente,
no ocurrió lo mismo en España. Juan Ignacio Ariño, provisto de la «zapatilla
mágica», saltó 1,92, récord nacional, el 23 de septiembre de 1957. Para
mejorarlo, se organizó, el 27 de octubre del mismo año, un control en las
pistas madrileñas de la Ciudad Universitaria con él como único participante.
Ariño
dejó la plusmarca en 1,97 después de superar 1,93 y 1,95. El acta del récord
recogía, subrayándola, la existencia de la «zapatilla compensada». Y
especificaba, en una nota escrita a mano: «Existe oficio diciendo que se
esperan decisiones oficiales». Esas decisiones llegaron en forma de anulación
cuando la IAAF prohibió la zapatilla. Pero cuando, el 15 de agosto de 1958, la
propia IAAF reconoció, no obstante, el tope mundial de Stepanov, solicitó Ariño
que se homologase el suyo nacional. Pero, el pleno de la Federación Española
denegó la petición el 11 de octubre del mismo año. Ariño llegó a saltar 1,92
con zapatillas «normales».
EL
EFECTO 'BRUSH'
Años
después, el 12 de septiembre de 1968, durante los 'trials' estadounidenses para
los Juegos de México, en la altitud (2.248 metros sobre el nivel del mar) de
Echo Summit, en Lake Tahoe, correría John Carlos los 200 metros en 19.7 (19.92
electrónicos), récord mundial, con unas zapatillas de efecto 'brush'
(cepillos), caracterizadas por un excesivo número de clavos (68 pequeñas
puntas). La IAAF anuló la plusmarca.
Volviendo
a Stepanov, su historia personal, humana acabó mal. El atleta, abatido por la
polvareda, las dudas y las críticas causadas por su récord, cayó en 1959 en el
alcoholismo y en una depresión que precisó hospitalización. Tras su divorcio en
1961, se suicidó en 1963 en la misma Leningrado-San Petersburgo que lo había
visto nacer. Tenía 31 años.
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