martes, 15 de octubre de 2019

RUSIA 1957: LA PRIMERA ZAPATILLA MÁGICA DE LOS RÉCORDS

CARLOS TORO
El Mundo.es

Los futuristas modelos de zapatillas Nike han saltado a la fama y la polémica tras ayudar a Eliud Kipchoge a correr el maratón en menos de dos horas (1:59.40). Y, un día después, contribuir a que Brigit Kosgei batiera en Chicago (2:14:04) el récord del mundo femenino que, desde 2003, ostentaba Paula Radcliffe (2:15:25).
Esas zapatillas han hecho trizas los récords mundiales masculino y femenino de maratón y medio maratón, e incrustado en las listas, en las dos últimas temporadas, y sólo en el maratón masculino, a siete de las 10 mejores marcas de la historia.
Pero ya hubo otra zapatilla que revolucionó el atletismo. Fue en 1957. Y se trataba de una sola pieza, la que calzaba, en su pie de batida, Yuriy Stepanov. Con ella, el soviético batió en Leningrado (San Petersburgo), su ciudad natal, el 13 de julio de aquel año, el récord mundial de salto de altura. Lo dejó en 2,16. Fue el colofón de una temporada en la que, extrañamente, otros dos saltadores soviéticos, Vladimir Sitkin e Igor Kashkarov, superaban, respectivamente, los 2,15 y 2,14. Eran buenos, pero no lo parecían tanto.
La plusmarca de Stepanov, un atleta no especialmente destacado, aumentó la sorpresa e incitó a la sospecha. Una de las fotos del récord, tomada inocentemente desde cerca, permitía distinguir una suela llamativamente gruesa. Se investigaron esa y otras zapatillas, que los soviéticos justificaron como destinadas a disminuir el riesgo de lesiones. Estaban fabricadas con una suela de hasta cinco centímetros de grosor de un material poroso y flexible que actuaba como resorte. Una especie de trampolín vertical. No era ilegal. En realidad, no había nada legislado al respecto. No, al menos, con tanta precisión o minuciosidad.
ILEGALES PARA LA IAAF
Todo el mundo, no sólo en masa los soviéticos, empezó a utilizar ese calzado, que no era totalmente novedoso (se habían hecho pruebas en otros países, en especial en Suecia, donde el salto de altura gozaba de un gran nivel, pero sin trasladarlas a ninguna competición relevante), al que ya se denominaba "zapatilla ortopédica" y "zapatilla compensada". Bajo su impulso, las marcas por encima de los dos metros, no tan frecuentes entonces, proliferaron. Las presiones ejercidas desde distintos frentes e instancias condujeron a que la Federación Internacional (IAAF) lo declarase ilegal y estableciese para las suelas un grosor máximo de 1,3 mm. Pero, gracias al carácter no retroactivo de las normas, reconoció el récord mundial y las marcas conseguidas con él.
Curiosamente, no ocurrió lo mismo en España. Juan Ignacio Ariño, provisto de la «zapatilla mágica», saltó 1,92, récord nacional, el 23 de septiembre de 1957. Para mejorarlo, se organizó, el 27 de octubre del mismo año, un control en las pistas madrileñas de la Ciudad Universitaria con él como único participante.
Ariño dejó la plusmarca en 1,97 después de superar 1,93 y 1,95. El acta del récord recogía, subrayándola, la existencia de la «zapatilla compensada». Y especificaba, en una nota escrita a mano: «Existe oficio diciendo que se esperan decisiones oficiales». Esas decisiones llegaron en forma de anulación cuando la IAAF prohibió la zapatilla. Pero cuando, el 15 de agosto de 1958, la propia IAAF reconoció, no obstante, el tope mundial de Stepanov, solicitó Ariño que se homologase el suyo nacional. Pero, el pleno de la Federación Española denegó la petición el 11 de octubre del mismo año. Ariño llegó a saltar 1,92 con zapatillas «normales».
EL EFECTO 'BRUSH'
Años después, el 12 de septiembre de 1968, durante los 'trials' estadounidenses para los Juegos de México, en la altitud (2.248 metros sobre el nivel del mar) de Echo Summit, en Lake Tahoe, correría John Carlos los 200 metros en 19.7 (19.92 electrónicos), récord mundial, con unas zapatillas de efecto 'brush' (cepillos), caracterizadas por un excesivo número de clavos (68 pequeñas puntas). La IAAF anuló la plusmarca.
Volviendo a Stepanov, su historia personal, humana acabó mal. El atleta, abatido por la polvareda, las dudas y las críticas causadas por su récord, cayó en 1959 en el alcoholismo y en una depresión que precisó hospitalización. Tras su divorcio en 1961, se suicidó en 1963 en la misma Leningrado-San Petersburgo que lo había visto nacer. Tenía 31 años.

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