El
Mundo.es
Unos
minutos antes de que bajaran las luces del estadio Khalifa de Doha, las
pantallas gigantes ofrecieron un resumen del Mundial, unos tres minutos de
highlights, y el recopilatorio demostró que casi nadie recordará este
campeonato. Apareció el lanzador de disco Daniel Stahl, un tipo capaz de negar
una foto a uno de los pocos niños presentes en el estadio, celebrando su oro
con gestos histriónicos; Noah Lyles señalando su marca en los 200 metros, es
decir, recordando al planeta que los tiempos extraordinarios de Usain Bolt acabaron;
surgió Sifan Hassan, cuyo entrenador Alberto Salazar fue inhabilitado por
dopaje esta semana, festejando su doblete en los 1.500 y los 10.000 metros;
luego Jonathan Busby desfallecido sobre la meta después de unos 5.000 metros
eternos... En definitiva una sucesión de momentos que, quizá fueron
entretenidos, que seguro hicieron disfrutar a algunos, pero que no pasarán a la
historia. En un momento crucial, con las ausencias de Bolt, David Rudisha, Mo
Farah o Caster Semenya, en plena reestructuración de su Federación
Internacional (IAAF), el atletismo perdió una oportunidad.
Después
del extraordinario Mundial de Londres en 2017, el Mundial de Doha fue una mala
idea desde el principio. La corrupción en la IAAF encerró a algunos atletas en
un recinto semivacío, expuso a otros a las peores condiciones meteorológicas de
siempre y los máximos responsables del organismo aún se vanagloriaron de ello.
«No nos podemos permitir el lujo de quedarnos en 10 o 12 países. Tenemos que ir
a nuevos lugares y, en ese sentido, este campeonato ha sido magnífico»,
argumentaba Sebastian Coe, presidente del IAAF, que ante las críticas forzaba
su carisma, su leyenda en los 1.500 metros. «¿Te parezco alguien que no se
preocupe por la salud de los corredores?», se defendía de las declaraciones de
quienes se calzaron las zapatillas y se sintieron desamparados.
Además,
las imágenes de la final de los 100 metros, antes el momento de mayor
expectación, con cuatro gatos en las gradas fueron un duro golpe para las
audiencias televisivas y para la atracción de nuevos espectadores. «La gente
que ponga el Mundial dirá 'este deporte está muriéndose' y cambiará de canal»,
comentaba el ex velocista Darren Campbell en la BBC y le sobraba razón. «No
estoy de acuerdo. La realización ha introducido innovaciones y la experiencia
para los espectadores ha sido extraordinaria. Los responsables de la BBC o la
NBC están muy contentos. Ha habido muchísimo nivel en la pista», contestaba Coe
como parapeto.
En
efecto, el Mundial dejó marcas extraordinarias, pero sólo un récord del mundo,
el de Dalilah Muhammad en los 400 metros vallas. La sensación es que el
atletismo es, cada vez más, un deporte para entendidos. La gran figura del
certamen, Hassan, contaba con una mancha en su currículo; la renuncia de Lyles
a los 100 metros impidió colocarle en la sucesión de Bolt; en el fondo, con las
victorias este domingo del keniano Timothy Cheruiyot y el ugandés Joshua
Cheptegei en los 1.500 y los 10.000 metros respectivamente quedó demostrado que
ya no hay figuras como Haile Gebreselassie o el mismo Farah...
El
deporte apenas superó sus propias fronteras y, para ejemplo, la actuación de la
selección española. El bronce de Orlando Ortega, con su rareza, después de dos
apelaciones y una rectificación de la IAAF, se hizo con los grandes titulares,
pero ninguna de las otras actuaciones pudo llamar la atención al no iniciado.
La selección se marchó de Qatar en el trigésimo puesto en el medallero y el
vigésimo segundo puesto en la clasificación por puntos y sin nuevos referentes.
Algunos como Ana Peleteiro o Fernando Carro están cerca de serlo, pero todavía
necesitan ascender un escalón más. El futuro, para España y para todo el
atletismo, siempre guarda esperanzas; el presente sigue siendo gris.
No hay comentarios:
Publicar un comentario