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País.com
El
atletismo está a punto de sufrir el mismo caos que la natación hace 10 años,
durante la orgía de récords mundiales favorecidos por los bañadores de
poliuretano, admitidos por la Federación Internacional (FINA) entre el verano
de 2008 (Juegos Olímpicos de Pekín) y el 1 de enero de 2010. En los Mundiales
de Roma 2009 se batieron nada menos que 43 récords mundiales. La noticia no era
batir las grandes marcas. Asombraba no batirlas. Nueve todavía permanecen entre
los 21 récords masculinos. El plástico estuvo a punto de matar a la natación.
¿Qué decidirá la Federación Internacional de Atletismo (IAAF) sobre las
ventajas tecnológicas que beneficiaron al keniano Eliud Kipchoge —primer hombre
por debajo de las dos horas en la distancia del maratón— y a su compatriota
Brigid Kosgei, vencedora en Chicago con un registro de 2.14.04 horas?
No
hay duda de la magnitud de los dos atletas. Kipchoge irrumpió en el Mundial de
París 2003. Derrotó en la final de 5.000 metros nada menos que al marroquí
Guerruj y al etíope Bekele, dos mitos indiscutibles. Como maratoniano no ha
tenido rival. Es casi invencible. Brigid Kosgei se ha revelado en las dos
últimas temporadas como la mejor maratoniana del mundo. En Chicago confirmó su
condición de favorita y mejoró en más de cuatro minutos su mejor marca
personal.
Aunque
las características de las pruebas fueron muy diferentes —Kipchoge fue el actor
central de un ensayo de laboratorio diseñado técnica y comercialmente por
Ineos, gigante británico de la industria química que ha sucedido esta temporada
a Sky en el patrocinio del equipo ciclista, y Nike—, un elemento fue común en
los dos atletas: las zapatillas Vaporfly Next%, última generación de un modelo
que ha sufrido cuatro revisiones en los tres últimos años, con una incidencia
notable en la mejora de las marcas en el maratón. Hace una semana, Bekele logró
en Berlín el segundo mejor registro de todos los tiempos. ¿Sus zapatillas? Nike
Vaporfly Next%.
El
asombro por la marca de Kipchoge no oculta la desnaturalización que significa
para el atletismo. No hubo el menor rastro de espontaneidad, ni de espíritu
competitivo en una carrera donde todos corrieron como robots, detrás del
mecánico ritmo que marcaba un láser al escuadrón Nike —integrado por varios
gregarios de lujo, como el joven noruego Jakob Ingebritsen—, con un estilo
marcial de formación, en forma de punta de flecha, que reducía la fricción del
viento sobre Kipchoge. Pareció más un desfile que una carrera. Remitió al
machacante modelo Sky-Ineos, ganador de siete de las últimas ocho ediciones del
Tour con corredores —Wiggins, Froome y Thomas— súbitamente convertidos en
escaladores.
El
atletismo siempre se ha favorecido de las innovaciones tecnológicas, tanto en
las prendas deportivas —zapatillas, camisetas, etcétera— como en los materiales
—de la ceniza al tartán, del bambú a la fibra de carbono— sobre los que corren
o con los que lanzan o saltan. El problema es la ausencia de regulación, de
normas que no conviertan el atletismo en una parodia.
Son
muchos los partidarios de la barra libre tecnológica. Y son muchos los
partidarios de la barra libre en el dopaje. En los dos casos se pretende
ofrecer una alternativa presuntamente igualitaria para acabar con los engaños y
el fraude. La realidad es otra muy diferente. La tecnología y la droga también
sirven como factor selectivo. Ni todo el mundo accede a los mismos mercados, ni
a las mismas drogas, ni todas las empresas disponen de los mismos medios, ni de
los mismos intereses, a la hora de repartir sus productos. Sin una normativa
adecuada, el factor humano en el atletismo se rebajará tanto que la curiosidad
se limitará a los inventos y ocurrencias de la industria.
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