martes, 8 de octubre de 2019

UN NIÑO, UN VIEJO Y ORLANDO ORTEGA

CARLOS ARRIBAS
El País.com

Esto también es el atletismo español: pocos días antes de disputar una media maratón decisiva para su preparación mundialista, Dani Mateo, de 30 años, debió descargar un camión de cerdos en la granja porcina que gestiona su familia junto a Almazán, en la Soria vaciada que se niega a abandonar porque, dice, si solo se quedan los viejos, esto desaparece. No corre por ganar dinero, para eso trabaja, sino porque disfruta corriendo, y sufre más entrenando que disputando el maratón de Doha, y lo termina décimo, un puesto fabuloso.
En España, dicen los técnicos, los universitarios deben robarle tiempo a los estudios para entrenarse y los trabajadores deben combinar el horario laboral con las series y las tiradas largas.
España se va de Doha, de “los Mundiales de las marcas más fuertes de toda la historia”, como los define el presidente de la federación, Raúl Chapado, con la medalla de bronce de Orlando Ortega (perdida en el tartán por la obstrucción de Omar McLeod, y ganada políticamente en los despachos), uno de los tres mejores del mundo siempre, uno de los pocos atletas españoles que pueden vivir con dignidad solo del atletismo. Este dato ya mejora la actuación de Londres 2017, donde no hubo medallas; y el número total de finalistas, ocho, aumenta la diferencia, pues en la capital británica fueron solo cinco.
Junto al medallista Ortega, tienen condición de aspirantes Adrián Ben (sexto en 800m), Ana Peleteiro (sexta en triple), Javier Cienfuegos (sexto en martillo), los marchadores Julia Takacs y Chuso García Bragado (octavos en 50 kilómetros) y María Pérez (octava en 20) y Eusebio Cáceres (octavo en longitud).
Los ocho suponen casi la cuarta parte de los 34 atletas, uno de los equipos más pequeños de la historia, que componían la selección. “Marcas que antes daban para podio, en Doha no han valido ni para entrar en la final”, dice Chapado. “Estamos progresando, estamos mejor que en Londres y Pekín, pero no estamos donde queremos, entre los cinco o seis mejores países europeos en puntos y medalleros. Nos falta subir el peldaño de la visibilidad, las medallas, pero la realidad de un país no se transforma de un día para otro. No vamos a tener mañana cinco medallas”.
El atletismo español es único creando personajes. En Doha se emocionan pensando que han nacido dos estrellas: una es el gallego Adrián Ben, 22 años, el más joven del equipo, que llegó a la final de 800m, lo que no lograba ningún español desde que lo hizo Tomás de Teresa en 1991; la otra, Chuso García Bragado, cuya leyenda, siempre en vigor, alcanza otro nivel con su octavo puesto en los terribles 50 kilómetros marcha logrado a sus casi 50 años.
Entre ambos extremos, el mediofondista que llega y se planta en una final logrando su mejor marca personal, y el marchador que no se va, hay espacio para que muchos celebren otra de las especialidades españolas, los genios del deporte, como el técnico Antonio Fuentes, que inventa el lanzamiento de martillo en Montijo, Badajoz, y logra que su alumno predilecto dispute la final de un Mundial. Otros lamentan la afición de los españoles a someterse al sentimiento trágico de la vida.
Llora desconsolado Óscar Husillos, que al final de un mal verano no pude ayudar al relevo de 4x400, del que fue el corazón en los éxitos de los últimos tres años (Londres 17, Berlín 18 y Glasgow 19) y que ha viajado a Doha sin dos de los titulares, lesionados, Lucas Búa y Bruno Hortelano.
Llora José Antonio Carrillo, el técnico de marcha con más victorias, porque los 20 kilómetros marcha han sido un desastre a pesar de que se han preparado con más dedicación que nunca, y planificación y ciencia, y sacrificio personal de todos.
Y les consuela Chapado, quien no logra que el atletismo español coja el vuelo que desea: “Seguiremos con la metodología. Que una vez no salga no quiere decir que no sea el camino. Hay que seguir apoyando ante Tokio”.

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