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El
ser o no ser de Orlando Ortega se decide en 13 segundos, 110 metros y 10
vallas. “En ese fragmento de tiempo y espacio tienes que sacar velocidad,
técnica, explosividad, agilidad...”, explica en su visita a AS este
perfeccionista, que controla todas las variables. Pero... en ocasiones aparecen
elementos incontrolables como McLeod, jamaicano inestable, que invadió su
recorrido y le impidió luchar por el oro mundial en Doha. Entró Orlando quinto
y los jueces le dieron el bronce tras dos días de angustia.
“A veces en la vida te tienen que pasar cosas
malas, para ver las buenas”, reflexionaba Ortega, que vio cómo su móvil se
inundaba de mensajes de apoyo al ver la injusticia que había vivido: “Era
tremendo, todavía hay cosas sin leer, me sentí muy querido, era un consuelo ver
ese apoyo de España en momentos duros”. Después llegó a su primer podio
mundial. Ortega reflexiona: “Por supuesto que la medalla es algo muy importante
para mí, pero valoro más el cariño que sentí de la gente, fue increíble. Mayor
que en la plata olímpica de Río”.
Orlando,
de 28 años, trae una abultada mochila en su visita. “¿Qué llevas ahí?”, le
pregunta Roncero. Saca una caja, abre su doble cierre y muestra un trofeo de
siete kilos con forma de diamante y tartán en su base. “Esta es la Champions
del atletismo, Tomás, la Diamond League”, responde Ortega, que en septiembre,
en Bruselas, ganó por segunda vez esta competición. Su primer triunfo en 2016,
el año de la plata en los Juegos. Si hay Diamond, hay gran medalla
internacional. Dos veces de dos pasó. “¡Pues en 2020 habrá que intentar ganarla
también!”.
Ortega
vino de Cuba a España en 2013 (se instaló en Ontinyent) y se ha hecho uno de
los líderes de la Selección. “De aquí ya no me sacan. A mí no me va lo de ir de
referente, soy más de entrar en el segundo tiempo y resolver”, bromea Orlando,
que pasó por la residencia Blume de Madrid y luego se trasladó a Valencia,
donde ya tiene casa. “Me encanta pasearme por el mar, poder tomarme algo en el
paseo marítimo. Yo soy un chico tranquilo, nací en un pueblito, Artemisa, y
cuando viví en La Habana, siempre me gustaba volverme para allí los fines de
semana”.
Ortega
tiene sus referencias en su familia, en su abuela Cristina Echevarría, que fue
medallista de oro de 4x100 en unos Juegos Panamericanos y olímpica en México
1968. “Era y es mi ídolo, falleció cuando yo era niño y tenía todas sus
medallas en una repisa de casa. Ella decía: ‘Aquí pondremos las tuyas’. Algún
día quiero llevarme esos trofeos a mi hogar y juntarlos con los míos”, añora
Orlando, cuyo padre también fue atleta de 400 vallas. Su abuelo fue
internacional por Cuba en fútbol. Genes totales de deportista.
Orlando
es un tipo “fuerte” a nivel mental. “El hecho de salir de tu país y tener que
buscarte la vida en otro lugar sin tener muchas referencias es algo que te
endurece”, confiesa Ortega, que trata de tener siempre una “visión positiva de
la vida”: “Para mí todo está en la cabeza. Si piensas que vas a fracasar,
fracasarás... Así que hay que ser fuerte. Pero yo me hago de psicólogo y trato
de gestionar mis propias emociones”.
Una
situación complicada la vivió el pasado marzo, cuando tras ser cuarto europeo
en la pista cubierta de Glasgow sufrió un bajón emocional. Tuvo que tomar una
decisión drástica: dejar de entrenarse con su padre Orlando y ponerse en manos
del griego Antonis Giannoulakis, que lleva un grupo de élite en Nicosia
(Chipre). Ortega vive entre la isla y a veces lleva a su nuevo team al Turia.
“Fue un cambio difícil, era un paso nuevo, en medio de la temporada, jugándome
los Mundiales... pero ahí también pensé que todo iba a salir bien. Funcionó y,
sobre todo, me da la confianza de cara al año que viene, para los Juegos”.
La
mejor marca de Ortega es 12.94 (hecha en 2015 como cubano) y el récord mundial
de Aries Merritt es 12.80. ¿Lo ve factible? “Soy ambicioso, y claro que lucharé
por hacerlo algún día”. Aunque Ortega más de marcas, es de competiciones. Tiene
en el punto de mira Tokio 2020. “Voy a por el oro, a por el oro... Es algo que
está plasmado en mi memoria”, repite varias veces en su visita.
Ese
sueño olímpico conlleva presión, un factor traicionero, que trata de canalizar:
“Me gusta estar en competición y notar que el corazón me late a mil
pulsaciones... En Río sí que tenía más agobio, porque competía por primera vez
con España. Salió bien. Pero bueno... a mí la presión no me bloquea, es todo lo
contrario, me da un plus cada día para seguir entrenándome: hacer un ejercicio
de técnica más, otra serie de velocidad, cuidarme... ”.
Ahora
Orlando tendrá unos días de vacaciones, pero está ya con ganas de pisar otra
vez el tartán. Allí es el más cuidadoso. “Siempre intento hacer todos los
ejercicios, cuidar la técnica, hay que estar a punto”. Hay que estar alerta,
todo se decide en 13 segundos, 110 metros y 10 vallas.
Orlando
Ortega llevaba debajo una camiseta del Real Madrid. “Soy blanco desde
pequeñito, crecí con Los Galácticos: Zidane, Raúl, Beckham, Figo, Ronaldo... he
ido varias veces al Bernabéu. Me encantaría hacer el saque de honor allí”.
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