ROBERTO PALOMAR
Marca.com
A
Ramiro Matamoros ya no le caben más kilómetros en el cuerpo. Durante tres
décadas fue el Rey de las Carreras Populares. Sobre todo, en la Comundidad de
Madrid. En las carreras de fondo, de los 10 kilómetros al maratón, los
populares se abrían como las aguas del Mar Rojo cuando el menudo atleta llegaba
a la línea de salida. Le hacían pasillo. "¡Dales caña, Ramiro!". Los
corredores aficionados se sentían representados por él. Un tipo normal, de
barrio, de la calle, con su trabajo de 12 horas a bordo de su furgoneta como
repartidor de patatas fritas Matutano. Un esforzado del asfalto que daba para
el pelo a los corredores de élite. Ya podían venir de cualquier parte del
mundo, que allí estaba Ramiro para dejar bien alto el pabellón del atleta
mundano. Del tipo que comía de menú entre reparto y reparto, que entrenaba a
deshora y que se cosía las zapatillas a principios de los 70, cuando no existía
el running ni el lujo de un calzado al alcance de cualquiera.
Con
sus siete victorias en la San Silvestre Popular, con sus triunfos en los
maratones de Madrid y Valencia, con sus 20 conquistas encadenadas en alguna de
aquellas temporadas que le dejaban anémico, exhausto, lo normal era encontrarse
a Ramiro en el bar más cercano a la meta. Porque el vermú, ganara o perdiera,
no lo perdonaba. Con él no iban los principios elementales de la dietética.
Hoy, alejado de las carreras con dorsal y con 62 años, no se arrepiente de
nada. Al contrario: "Me lo he pasado muy bien. He disfrutado mucho. Eso es
lo importante. Mucha gente me pregunta qué hubiera sido de mí como atleta si
hubiera entrenado en condiciones y hubiera llevado la vida de un profesional,
pero no quiero saberlo. Mi trabajo y el bienestar de mi familia estaban en la
furgoneta. Yo, lo de correr sólo lo quería para divertirme. ¿Que iba rápido? Me
salía sólo. No me costaba. Tenía facilidad. Eso sí, me picaba con todo el
mundo".
Sólo
hay dos cosas de las que se arrepiente Ramiro. Una tiene que ver con el
atletismo. La otra, con la vida: "Me pesa no haber tenido estudios, no
haberme podido formar. Hoy miro a mi hija, que habla cinco idiomas y lo maneja
todo y claro...". Lo otro es no haber encontrado quien le enseñara un
método, quien le informara lo que mejor iba a su cuerpo: "He hecho
auténticas barbaridades. He entrenado como una bestia. Algunos días, sin comer
o comiendo de mala manera. ¡Menudas anemias me pillaba! Me he metido kilometradas
que no puede ser. Si yo hubiera tenido alguien cerca, no me hubiera lesionado
tanto. Había días que me levantaba cojo, con dolores. He ganado pruebas en las
que corría con un pie, porque el otro no podía apoyarlo".
Por
eso se dedica a intentar que los demás no cometan ahora aquellos pecados con
los que la juventud, la sana ambición y la falta de información de una época en
la que "corríamos cuatro gatos por la calle" dejaron huella en su
cuerpo. Entrena en el club de atletismo Clínicas Menorca y lleva a todo tipo de
atletas, incluido un grupo de mujeres que han padecido cáncer. Una pequeña
marea rosa de la que habla con orgullo: "Algunas no han corrido jamás. Y
ahora corren o andan o hacen lo que pueden. Pero ahí están. Son un ejemplo".
Porque
Ramiro ni siquiera se considera entrenador: "Yo soy aconsejador. Tengo
experiencia y sé perfectamente lo que puede sentir un atleta, sea popular o
tenga calidad. Además, tengo comprobado que, si no me hacen caso, no les salen
sus marcas. Tienen que hacerme caso. Yo sé cómo se sienten. Y lo primero que
les aconsejo es que corran para disfrutar, que no se lesionen y que no se metan
aquellas palizas que yo me metía".Él mismo, ya prejubilado, mata el
gusanillo en la pista: "Es que casi no tengo días libres. Estoy dos días
con los atletas, otros dos con las mujeres, otro lo aprovecho para jugar al
golf y los domingos voy a las carreras. Aprovecho también para correr media
horita, porque no quiero engordar, o hago algo de bicicleta. Los tendones no me
dan para más".Así que decir que la vida de Ramiro Matamoros daría para un
libro no es sólo una forma de hablar. Su hija, periodista de profesión,
consideró que era un periplo vital que merecía ser contado y lo ha recogido en
un volumen que hará las delicias de los aficionados a las carreras populares y
también de los corredores de élite. Porque en la obra están recogidos
testimonios de los grandes de nuestro atletismo, como Martín Fiz o Fabián
Roncero. "Alguna carrera les he ganado a esos monstruos", recuerda
Ramiro.Un libro rico en detalles y anécdotas, como los 45 días de permiso que
consiguió en la mili a base de ganar medallas o su victoria en el maratón de
Valencia, remoloneando con los atletas extranjeros que iban en cabeza y a los
que limpió en un sprint de 500 metros: "Me decían que pasara a tirar del
grupo y yo les decía que 'tururú'. Yo iba cómodo y cuando vi la meta ya no miré
para atrás".Hoy, Ramiro Matamoros sólo mira para atrás para recordar lo
feliz que ha sido corriendo: "¡Qué bien me lo he pasado!".
Escrito
por la periodista Itziar Matamoros, la hija de Ramiro, el libro 'Con los pies
sobre el asfalto' no es sólo el relato de la vida y milagros del atleta. Es
también el retrato de una época que resultará muy familiar para los miles de
aficionados que empezaron a correr cuando el 'jogging' o el 'footing' o el hoy
llamado 'running' era una práctica incipiente. El libro describe el ámbito
rural del que procede Ramiro, el pueblo abulense de Navarrevisca, y también el
Madrid en tonos grises de la Transición, hasta los trazos en color de la
Movida.
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