sábado, 18 de diciembre de 2010
«Siempre será mi Marta»
MIGUEL ÁNGEL BARROSO
Mariano Díez, ex entrenador de Marta Domínguez, en su casa de Palencia Mediados de la década de 1980. Mariano Díez, entrenador de atletas, conduce con prudencia su Talbot Horizon desde Palencia a Venta de Baños. Afuera, viento y escarcha al estilo de la vieja Castilla, no apto para todos los públicos. Adentro, el habitáculo está lleno de niños, unos sentados encima de otros, nerviosos, vocingleros, con las pilas intactas. Uno de los pequeños pasajeros es Marta Domínguez, que viaja acompañada de sus hermanos Agustín, Nuria y Noelia, y unos vecinitos del barrio con los que juegan al fútbol habitualmente. Precisamente el tío de estos chicos es técnico del club de atletismo de Venta de Baños. Un día le preguntaron a Nuria, la mayor, si le apetecía practicar ese deporte. Dijo que sí y poco después arrastró al resto de parientes. De todos ellos, Marta, nueve años, destacaba por unas aptitudes y ambición que no le cabían en el cuerpo.
Diciembre de 2010. Mariano Díez, sentado en el sofá de su casa con el traje de faena -un chándal rojo-, se reconoce un poco desbordado por los acontecimientos. Los vecinos le paran en la calle para preguntarle por el asunto de marras. Ha concedido más entrevistas en la última semana que en toda su vida. Le gustaría borrar los últimos días y recuperar el sabor a promesa del pasado. En mitad de la conversación se le escapa una frase: «A pesar de nuestra ruptura y de sus problemas con la Justicia... siempre será mi Marta».
«Jugando tenía que ganar por narices», recuerda Santiago, un niño menudo entonces, un tallo que practica lanzamiento de martillo hoy. «Da igual que fuera al baloncesto o al fútbol. Era una “chupona” de manual. No había forma de que pasara la pelota». Santiago, al que tantos años después sigue entrenando Díez, recuerda con cariño esas excursiones en el mítico Talbot. «Un día, regresando a Palencia, Mariano nos venía echando la bronca porque no parábamos de gritar. Lo típico. Entonces miró por el retrovisor y se dio cuenta de que se había olvidado a Marta y a una de sus hermanas. Se habían despistado yendo a beber agua a una fuente. Tuvo que volver a Venta de Baños a por ellas». Marta tenía cuatro amigas en el equipo que eran como una piña. Les llamaban «las cinco magníficas» y revolucionaban a todo el grupo. Su profesora le decía que si ganaba alguna carrera durante el fin de semana, llevara la copa a clase para enseñarla y contar su experiencia. Así que los compañeros, lejos de tener envidia por sus éxitos, le animaban a cosechar más triunfos para así poder «fumarse» media clase de matemáticas los lunes.
Las ideas claras
A los 14 años, con el cambio del colegio al instituto, sus amigas notan que el «juego» de las carreras se estaba poniendo demasiado serio y deciden abandonar el club. Es un momento clave para Marta, que, sin embargo, apuesta por seguir adelante con su pasión. Su entrenador le diseña programas personalizados y la chica pierde poco a poco el contacto con su antigua pandilla, que se dedica a hacer cosas más propias de su edad. Pero no le importa. Hace una vida más familiar para poder afrontar sus compromisos deportivos. Años después reconocería: «No he tenido una adolescencia como los demás, pero, como tampoco la he conocido, no la echo de menos».
«De niña era muy viva, revolucionaria, cabezota, independiente, rigurosa... y tenía las ideas muy claras», recuerda Mariano Díez. «En lo sustancial no cambió con los años, y a pesar de algunas discusiones nunca hubo problemas entre nosotros. En realidad, me siento como un padre para Marta y sus hermanos. Mis cuatro hijos también han practicado el atletismo y han entrenado con ellos. Me di cuenta de que Marta llegaría a ser una fuera de serie cuando ganó el campeonato de España de cadetes en 1991, en Barcelona, en la inauguración del estadio olímpico. Por entonces corría los 3.000 metros lisos y era capaz de hacer el último 1.000 en tres minutos. Para seguir adelante con el atletismo le puse como condición que no abandonara su formación académica, y fue capaz de compatibilizar los estudios de educación física con los entrenamientos. En aquellos tiempos no le dejaban utilizar el pabellón que, curiosamente, hoy lleva su nombre, ya que ella pertenecía al club de Venta de Baños. En fin, unos piques absurdos. Así que en invierno se iba al parque con una manta para evitar en lo posible el rocío helado en invierno, y hacía sus flexiones y demás ejercicios de suelo sin importarle las inclemencias meteorológicas. Puede que el norte de Castilla imprima carácter en los deportistas precisamente por eso».
Tras acabar la diplomatura ya tenía las espaldas más o menos cubiertas y podía dedicarse en cuerpo y alma al atletismo. Se especializó en el medio fondo y fondo (1.500 metros, 2.000, 3.000, 5.000, 3000 obstáculos y campo a través) y empezó a cosechar medallas en los campeonatos de Europa indoor y al aire libre, y a pulverizar récords de España. En 1998, con 22 años, fue proclamada mejor atleta de nuestro país. Le faltó suerte en las citas olímpicas, pero nunca le volvió la cara a esa competición (de hecho, Londres 2012 está marcado en rojo en su agenda). Durante la última década llegaron cantos de sirena desde Madrid y decidió entrenar con César Pérez, de la residencia Blume; en ese ambiente también se movían el laureado técnico Manuel Pascua y el médico Eufemiano Fuentes. Mariano Díez, que había oído rumores inquietantes -Fuentes ya estuvo implicado en 2006 en la Operación Puerto- advirtió a su pupila de esas «relaciones peligrosas». En 2009, el dúo formado por Marta Domínguez y su entrenador de siempre se rompió repentinamente tras 24 años de éxitos. «Estábamos en el pabellón de Venta de Baños y me soltó, de forma sorpresiva: “Desde este momento, rompo toda relación contigo”. Al principio pensé que el motivo era que seguía entrenando a niños y ella deseaba exclusividad, pero ahora sé que fue mi crítica a Pérez y los demás lo que provocó el desencuentro definitivo».
«Iba como un tiro»
Poco después, en verano, Marta llegó a la cima de su carrera al proclamarse campeona del mundo de 3.000 metros obstáculos en Berlín. En el capítulo de agradecimientos se acordó de Mariano Díez. Pero él no estaba frente al televisor aquel día. «No fue por despecho; sencillamente, tenía una comida familiar en el campo. Pensé que ya le había robado demasiado tiempo a mi mujer y mis hijos. Sabía que Marta iba a ganar aquella medalla de oro. La había visto entrenar mejor que nunca, iba como un tiro...».
Santiago, el vecino y amigo de la infancia, pasajero de aquel Talbot Horizon cargado de niños, se aferra más que nunca a los buenos viejos tiempos. Mientras hojea un álbum que repasa la historia del cross de Venta de Baños, asegura que Marta debe ir de frente, como ha hecho siempre. Mariano, el engrudo que unía las ilusiones de aquellos chavales, sigue a vueltas con las promesas. «Mi hija me ha preguntado cuándo empiezo a entrenar a mi nieta».
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario