miércoles, 15 de diciembre de 2010

ELOGIO A LOS LIMPIOS



Por Juanma Botella


Es inútil resistirse. Hay que hablar de dopaje, una lucha que no cesa donde ellos, los malos, siempre llevan ventaja a los demás. Pero no quiero hablar de atletas, entrenadores, médicos o representantes imputados y encarcelados. Ésos, con todo mi respeto, que se las apañen solitos, sobre todo los reincidentes que dicen que la culpa es de los periodistas, y amenazan diciendo que en fútbol o en tenis también hay dopados, como si esa cortina de humo, como si ese supuesto pecado colectivo les convirtiera en inocentes.
A mí lo que me gustaría es rendir un homenaje, desde las líneas de mi pequeño blog, a los deportistas y técnicos que han sido penalizados durante todo este tiempo porque no quisieron participar en esa negra telaraña que envuelve a muchos campeones aparentemente limpios por fuera, pero tenebrosamente oscuros por dentro. A los que no alzan la voz y sufren en silencio, lejos de cámaras y podios. A los que descansan, en vez de tomarse una pastilla para recuperar entre un entrenamiento y otro. A los que jamás sorprenderán in fraganti, no negarán lo innegable, no excusarán lo inexcusable y no exigirán a los demás la reparación de su honra que nunca han puesto en peligroToda mi admiración y mi reconocimiento para el velocista que no muda su cuerpo, que no se relaciona con ciertos culturistas de gimnasio que le hablan de la proteína X y del batido Z, o de un amigo que vende aquello que hace milagros con la fibra muscular; que no acude al médico del chatelazo y del Infiniti, el que antes de preguntarte el nombre, te pregunta si pasas controles antidopaje y cuándo, y anota estos datos con más interés que tu propio nombre; que no abraza al vendedor de récords que conoce a no sé quién en Holanda o Italia, que trabaja con algo nuevo, algo indetectable que estimula el sistema nervioso; que reniegan de esos comerciales del crecepelo que venden su elixir de turno mientras apostillan:

-Y si te cogen, tranquilo, que te ponen en casa: este tratamiento aún no está en la lista de sustancias prohibidas, y cualquier tribunal ordinario nos dará la razón.
Todo mi respeto a los fondistas que se quedaron por el camino porque no tragaron con el star-system establecido; aquellos que, sabiendo que el atletismo era su pan y el de su familia, comprendieron que ese mismo pan pendía de un hilo si se plegaba al dopaje, a la trampa, a la vida miserable y clandestina vinculada a penes y vegijas de plástico para mear orina ajena -lluvia dorada de la gilipollez-, a autotransfusiones y sueros para enriquecer o diluir, a clembuterol infinitesimal para disfrazar la rampante EPO de última generación.
Toda mi adhesión personal y mi eterna simpatía para los lanzadores, saltadores y marchadores que hablan claro, que no necesitan retorcer la ley, que no se acogen a pruebas circunstanciales o se agarran a la presunción de inocencia una y otra vez para ocultar con disfraz de oveja su doble vida de lobo; los que pueden mirar a los ojos y no recurren a excusas ridículas ni a la puerta de atrás del reglamento; los que no fulminan nuestra ilusión por el atletismo, los que aún nos dejan creer en la capacidad del hombre y la mujer de ser mejores gracias al trabajo y al sacrificio, que es el don más hermoso que tenemos.
Ellos, los que no son productos artificiales y por tanto deshumanizados, son mis auténticos ídolos. No importa que corran, salten o lancen menos. Me da igual que no bajen en su puñetera vida de 26:30 en 10.000 metros o de 2.04 en maratón; los limpios son la verdadera medida de los límites deportivos del ser humano. Pongámonos de pie siempre que hablemos de los deportistas que se quedaron por el camino, de los que fallan, de los que tropiezan, de los que se lesionan, de los que no ganan siempre, incluso de los que compiten a nivel regional mientras trabajan dignamente ocho horas en una oficina, en el mercado, en cualquier negocio decente. Va por vosotros, campeones. Sois la jodida razón por la que, a pesar del jueves pasado, me sigue gustando el atletismo.

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