lunes, 13 de diciembre de 2010

MEDALLAS, ¿A QUE PRECIO?


RAFAEL Nogueras

Muchas veces a lo largo de mi dilatada carrera atlética me han preguntado si sabía de casos de dopaje. Mi respuesta fue siempre la misma: «A mí me han contado cosas, pero lo único que yo he visto ha sido mucha gente que se esfuerza muchísimo por mejorar sus prestaciones atléticas». Luego, se comprende que si este esfuerzo se podía mejorar con la ayuda de algún agente externo, llámese dopaje, y con ello conseguir la fama y el dinero que da el éxito deportivo, la trampa estaba servida.
Hace 15 años un instituto médico de Chicago sometió a 198 deportistas de alto nivel a un cuestionario en el que se les preguntaba si aceptarían tomar una sustancia prohibida que mejorase su cualidad deportiva sin ser descubiertos aunque luego tuvieran una muerte prematura; 198 respondieron afirmativamente. Y es que el dopaje, lamentablemente, va unido a la competición y cuanto más recompensado sea el éxito deportivo, mayor será la incidencia de esta lacra tan antigua como la de la misma competición. Fue a partir de la gestión de Juan Antonio Samaranch al frente del COI cuando se empezó a atajar su práctica. Hasta aquel momento, numerosas voces abogaban por permitir que cada deportista tomara lo que quisiera; de esta forma, sin ningún freno moral ni jurídico, se conseguirían unas marcas propias de circo, fruto de la química aplicada al organismo y no del esfuerzo.
A FINALES de los años 90, se creó la Agencia Mundial Antidopaje (AMA), cuya finalidad era establecer un nuevo código que definiera lo que se consideraba como dopaje y qué sanción le caería al infractor. En el 2003, en una reunión habida en Copenhague, se acordó que dopaje era cualquier producto que cumpliera dos de estos requisitos: mejorar el rendimiento, perjudicar el organismo y ser contrario al espíritu olímpico. Esta última condición ha sido la más sorprendente, ya que por este sistema se castiga igual a un deportista que toma una sustancia para ganar que a otro que simplemente se droga para pasarlo bien. Y si no que se lo pregunten al múltiple medallista olímpico, Gervasio Deferr, que se fue dos años al dique seco por fumarse algún que otro porro.
Después de unos años de bonanza en el tema del dopaje, sin grandes escándalos a la vista, el verano pasado, en Barcelona pudimos presenciar unos Europeos sin grandes figuras, ni récords, ni circo y gozamos de la eclosión de un nuevo valor en la persona de Cristophe Lemaitre y del correr grácil de las atletas rusas.
Sin embargo, la semana pasada el tsunami del dopaje volvió a inundar las playas del atletismo, y esta vez el tema ha traspasado el ámbito deportivo para llegar al simplemente delictivo. Ya no se trata de procesar a un deportista por tomar una sustancia prohibida y dejarlo fuera de la competición, sino por traficar con estas sustancias y ofrecérselas a otro corredor al borde de la pista.
LA APARICIÓN del médico Eufemiano Fuentes en el caso no es ninguna novedad, lo raro sería que no estuviera, ya que su presencia es un clásico en los últimos veintitantos años de farmacopea deportiva (entiéndase lo de copea como se quiera). Lo más sorprendente, si se confirman las sospechas de la policía, es la participación de Marta Domínguez en todo el asunto de distribución de sustancias prohibidas. Carrera a carrera, la palentina se había convertido en la atleta de España. Nos habíamos acostumbrado a verla correr y ganar. Su cinta rosa, regalo de uno de sus tíos, era una constante en el podio y nadie le regateaba su afecto a la simpática, luchadora, ganadora de tantos premios. Luego, ella se envolvía con la bandera con los colores patrios y el toro de Osborne y nos brindaba su medalla como si de una corrida se tratara.
Hace algunos años, estando en una carrera a la que Marta asistía para dar los premios puesto que estaba lesionada y no podía competir, le pregunté cómo estaba. Su respuesta fue concluyente: «Estoy mejorando y espero estar bien este verano para ganar muchas medallas para España». Ahora tendremos que plantearnos si España quiere medallas a este precio.

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