sábado, 11 de diciembre de 2010
¡NO ME DIGAS QUE SE DOPAN!
Pablo Molina
El deporte aeróbico de élite tiene muy poco que ver con el romanticismo del que busca superarse a sí mismo rompiendo la resistencia de sus rivales. Fue así en su día, pero hoy es puro espectáculo.
Todas las barreras racionales que levantamos para filtrar las consecuencias del comportamiento humano desaparecen asombrosamente cuando se trata del deporte de alto nivel y sus protagonistas. Vemos a estos héroes posmodernos en la cumbre de la fama como sublimación de nuestros deseos juveniles, e instintivamente les creemos incapaces de traicionar nuestra sincera admiración utilizando trampas para conquistar el éxito deportivo.
Y sin embargo no hay nada más lógico que el hecho de que en un mundo tan competitivo como el deporte de élite todos los protagonistas intenten encontrar un atajo para llegar a la meta antes de que sea descubierto por sus competidores, en la seguridad de que si ellos lo localizan primero lo van a utilizar sin el menor remordimiento.
En España nos escandalizamos cuando se descubre una trama de dopaje en el deporte, pero fingimos la mayor naturalidad cuando vemos a nuestros representantes deportivos acumular hazañas asombrosas más propias de superhéroes que de seres humanos. Los deportes aeróbicos más exigentes, y no es necesario señalar para identificarlos, asumen como normal el desarrollo de competiciones que dejarían extenuados antes de completar un tercio a los deportistas mejor preparados y que, sin embargo, año tras año son finalizadas con rendimientos que pulverizan las plusmarcas anteriores.
Pero nadie se extraña. Al contrario, fingimos escandalizarnos cuando la policía descubre que muchos de estos deportistas reciben ayudas químicas, sin las cuales no llegarían a estar ni en el pelotón de los torpes de su respectiva especialidad. Porque la gran tragedia que provoca esta hipocresía colectiva es que los deportistas, ya desde muy jóvenes, han de poner su vida en peligro si quieren vivir profesionalmente del deporte a cuya práctica se han consagrado. Quien prefiere competir con honestidad, ya sabe que su destino no pasará de ganar alguna competición local en la modalidad de aficionado. Esas son, por desgracia, las únicas alternativas que se ofrecen a los jóvenes que aman el deporte y han nacido con talento para destacar en una de sus modalidades.
El deporte aeróbico de élite tiene muy poco que ver con el romanticismo del que busca superarse a sí mismo rompiendo la resistencia de sus rivales. Fue así en su día, pero hoy es puro espectáculo. Cuanto antes lo aceptemos mejor para el deporte y, sobre todo, mejor para los deportistas. Igual en el trayecto acabamos salvando alguna que otra vida, ¿no te parce, Lissavetzky?
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